lunes, 20 de agosto de 2018

LA MOTIVACIÓN Y LA SORPRESA EN EL APRENDIZAJE


                                                  “No hay Nada importante que no se haya logrado sin entusiasmo”
(Ralph Waldo Emerson)


¿En qué medida la motivación y la sorpresa hacen más significativa una experiencia de aprendizaje en un aula de clase?

Hace unos días, conversaba con un grupo de colegas sobre la importancia de motivar a los estudiantes para que consigan sus objetivos. Uno de ellos me decía que siempre les recordaba a sus chicos que sean alguien en la vida. Recuerdo mucho esa frase, “tienes que ser alguien en la vida”, mi madre siempre señalaba esto cuando nos veía “perdiendo el tiempo” en la calle. Hoy escucho esta frase y pienso qué representaba ser alguien para ella, y me pongo en el lugar de los adolescentes que escuchan esta frase sin saber qué responder, pues estoy convencido que ellos – al igual que yo hace muchos años – no saben que es “ser alguien en la vida”.
Es importante saber que uno de los elementos cruciales del aprendizaje es la motivación, cuando este no existe, difícilmente los estudiantes aprenden. Sin embargo, la motivación no es solo alentar a que aprendan una materia que para ellos resulta ajena y distante. Es intervenir en su estado de ánimo para generar expectativa y necesidad individual – más allá de los campos temáticos-  de que en su aventura individual se vean invitados a descubrir qué es lo que los apasiona, y aprendan a conectarse en función a esa motivación intrínseca, y dejen de depender de la motivación extrínseca que impulsa cada docente en sus clases.
La motivación es la chispa que mueve el motor del aprendizaje, la motivación es la que sostiene todo el proceso de enseñanza y aprendizaje, porque aun cuando se enseña se está aprendiendo. Pero no se trata de motivar por motivar. Los docentes cometemos el error de motivar a los estudiantes con los contenidos de nuestros cursos; y, aunque este elemento es válido y funciona, no es consistente ni continuo.  En algún momento los estudiantes mostrarán el desgaste y se frustrarán frente a los fracasos que surjan. En cambio, sorprenderlos con procedimientos para que aborden contenidos, estrategias para que investiguen determinados campos de su interés, resultará mucho más efectivo para ellos.
En este sentido es que debemos ayudar a los estudiantes a encontrar esa motivación, debemos llevarlos al plano de los objetivos. Qué propósito tiene lo que está haciendo, cuál es el sentido que lo lleva a realizarlo. Esa relación entre los objetivos y los motivos se convierten en la combustión que mantiene su flama elevada. Llegará el momento en que ellos construyan sus propios elementos motivacionales. Cuando esto ocurre decimos que la curiosidad y el descubrimiento de lo nuevo lo están llevando a la autorrealización.
Debemos procurar que la motivación extrínseca que impregnamos en nuestro quehacer para la construcción del conocimiento, en cada uno de ellos se traslade al plano interno y se genere el interés voluntario – no condicionado para que continúe su camino. Sostener el elemento incentivo – recompensa en el proceso de enseñanza aprendizaje nos llevará en algún momento a la indiferencia y superficialidad académica en ellos. La calificación es necesaria, pero no debe ser el canal principal para el desarrollo de los aprendizajes. El profesor debe sumar siempre elementos que generen el interés, sorprender con estrategias, herramientas, recursos diversos que capturen al estudiante; pero, nada de esto servirá si no logramos despertar un auténtico interés individual (motivación que parta de sí mismo).
Ahora bien, la motivación y la sorpresa no son exclusivas o privativas de la labor docente. Los estudiantes deben aportar permanentemente en este campo. Por ejemplo, la cooperación en la construcción del aprendizaje (o método de aprendizaje cooperativo), resulta altamente satisfactorio, se pueden compartir experiencias de éxito, pero también de fracaso. El error como oportunidad para aprender entre ellos mismos, debería constituirse en un desafío de superación, y no de simple frustración. Sin embargo, nuestra cultura docente expresa hasta ahora un inadecuado tratamiento del error, reduciéndolo a fracaso, sanción, punición, o desaprobación. En la medida en que respetemos ese fracaso, haya un tratamiento justo, y personalizado de cada acierto o desacierto, en ese momento impulsaremos ese hálito que los lleve a atreverse y desafiar sin temor, a la observación descalificadora que aun damos los adultos a muchos retos escolares.
La experiencia docente nos dice que esto los ayudará a ser ellos mismos, a asumir su propia personalidad e identidad. Les permitirá lograr el equilibrio entre el impulso y la frustración frente a sus facultades intelectuales.
Por ello resulta crucial generar siempre el asombro en ellos. Sorprenderlos llevará a que busquen por su cuenta nuevas experiencias de aprendizaje, que no necesariamente estarán vinculadas a nuestra materia de enseñanza; pero, honestamente, a quién le importa que aprenda nuestra materia si acaso tenemos frente a nosotros a un futuro médico o ingeniero y nosotros enseñamos historia o literatura. Debemos preocuparnos por brindarles habilidades para se desarrollen ellos mismos, y no limitarlos a nuestras competencias (o incompetencias), para que hagan lo que nosotros queremos que hagan, creyendo qué es lo mejor para ellos.
Motivar y sorprender en el proceso de aprendizaje resultan cruciales para conectar con ellos,  buscar una motivación pertinente y focalizada, llevada con elementos que sorprendan en el proceso y fuera de este, que fortalezca el interés en cuestiones propias de los estudiantes. En el mismo sentido, las pseudo motivaciones, la rutina, la monotonía pedagógica, y el escaso o nulo empleo de herramientas y elementos propios del entorno de las personas a las que llegamos, generará desinterés, desmotivación, aburrimiento y en consecuencia desconexión total. Despertar interés auténtico en potenciales artistas, investigadores, y seres humanos que asuman responsabilidades consigo mismos y con otros, y que sean capaces de automotivarse, impulsarse o movilizarse en un mundo difícil y exigente como el actual.