miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA CREATIVIDAD AGONIZA EN LA ESCUELA


“La imaginación es más importante que el conocimiento. 
El conocimiento es limitado. En cambio, la imaginación abarca todo”.
Albert Einstein


Mientras observo el paisaje hermoso de Ocobamba en Cusco y me deleito con el olor y color de las flores que rodean este paraje de ensueño, escucho el ruido que hacen los niños cerca de la banca que ocupo esta tarde. Pienso en los años que viví por estos lares y en las cosas que hacía de pequeño, cosas que dejé de hacer en la escuela.

Recuerdo que tocaba la flauta con cierta habilidad. Antes de los seis años ya tocaba la flauta y jugaba a ser un artista famoso que entonaba “llorando se fue” o “adiós pueblo de Ayacucho”; pero, algo pasó en esos años que a la edad que tengo no puedo sostener siquiera con temor una flauta o jugar con algún instrumento musical.

La imaginación fantástica propia de los niños me llevó a recrear mundos y soñar con situaciones tan irreales como añoradas.  Los niños que veo por acá fantasean con ser grandes futbolistas, inventan sus propias reglas, rompen sus miedos y despercudidos de prejuicios adultos, hablan en su lengua materna sin ningún temor. Yo hablaba quechua hasta los seis años, algo pasó en mi vida que dejé de hacerlo y hoy apenas si logro entender una conversación en ese idioma.

Mientras veo mi infancia pasar por este lugar de ensueño, recuerdo que Álvaro –mi hijo mayor- a la edad de cuatro años, pintó una hermosa manzana verde, tan verde como se haya imaginado el lector en este momento. Su rostro de molestia lo decía todo, aquella tarde que retornó del colegio inicial. La maestra le manifestó que estaba mal y que volviera a pintarlo. La manzana era roja, las hojas eran verdes y había que pintar correctamente.

Hoy, siento que la escuela sostiene una rigidez que impide desarrollar o sostener la creatividad que tenemos todos de pequeños. Las formas y recursos para resolver situaciones cotidianas como armar un rompecabezas o coger el lápiz para escribir o los colores para pintar se acaban cuando vamos a la escuela porque debemos hacerlo de la forma correcta. Claro, hoy reflexiono sobre esas formas correctas que me ataron a ciertas reglas que disciplinaron mi cuerpo y condicionaron mis ideas, tan gaseosas y volátiles como las fantasías de la mejor película de ficción.

Dejé de tocar la flauta por vergüenza a los compañeros y a los maestros que no me dieron la oportunidad de mostrar esa habilidad. Jamás bailé en la escuela, pese a que formaba parte de un grupo de huaylash espectacular con los chicos del barrio y que gracias a doña Roxana y no a mis maestros de escuela, desarrollé formas inimaginadas para resolver problemas de lateralidad y orientación con cada zapateo.

La escuela convencional, con docentes convencionales y en un sistema tan convencional como el nuestro, tiene pocas oportunidades para generar cambios sustanciales en la generación de niños y adolescentes que pasan por sus aulas. Establecer reglas y métodos rígidos para resolver problemas y enfrentar situaciones, establecer pautas y marcar la ruta de aprendizaje que deben seguir, otorgar incentivos perversos a los que responden de la manera correcta y sancionar a los que nos equivocamos o castigar a los que salimos del camino, no hace sino confirmar que la escuela fue pensada para matar y no para dar vida al pensamiento crítico y creativo de sus ocupantes.

La escuela convencional, sostiene un método tradicional que aparentemente funcionó hasta hace unos cincuenta años. Hoy, puedo sostener que siempre ha fallado. Solo ha formado personas que obedecen reglas y siguen indicaciones. Aquellos que logramos salir de esas normas alcanzamos cierto éxito y aquellos que lograron salirse de las mismas y no recibieron el apoyo necesario, terminaron como fracasados para un sistema que considera el triunfo como simil de carrera universitaria con trabajo bien remunerado y estabilidad familiar. Quienes se encuentran fuera de esa órbita, o son fracasados o son locos que van por el mundo disfrutando de su invisibilidad.

Mientras respiro el aire fresco de estos árboles, recuerdo a Johni y las cosas que hacía de pequeño, de cómo la escuela lo rotuló de palomilla y anti social, de cómo peleó para no ser arrastrado por el sistema de reglas de la escuela. Si sus maestros hubiesen identificado el talento y las habilidades que poseía, creo que hoy él sería un genio loco, inventor de algún artefacto. Toda su creatividad fue maniatada durante 11 años y ya agónica empezó a respirar cuando salió de la escuela.

Si la escuela pensara en romper con la unidireccionalidad que hoy tiene y pensara en darle mayor soporte a la diversidad y la libertad para razonar y actuar, tendríamos mayores posibilidades de bienestar. Si la escuela le diera más espacio a la pintura, la danza, la música, el juego y la diversión, seríamos más felices. Pero, claro, la escuela no fue pensada para eso, fue pensada para otras cosas.



martes, 30 de octubre de 2018

LA REFLEXIÓN COMO MOTOR DEL PENSAMIENTO CRÍTICO



“El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia,
Sino la ilusión del conocimiento”
Stephen Hawking

Durante mucho tiempo hemos escuchado que debemos promover el pensamiento crítico y creativo en nuestros estudiantes. Entonces, pensamos en empoderarlos y despertar su sentido de autonomía para resolver situaciones problemáticas, para cuestionar su realidad, para cuestionar su realidad histórica y social. Por ello, se asocia siempre esta competencia con áreas como Ciencias Sociales, Historia y Geografía o Ciudadanía; aunque no siempre ello resulte correcto y por esto se le reste protagonismo al trabajo sostenido y transversal con todas las áreas que se trabajan en las escuelas.
Si entendemos el pensamiento crítico como la competencia que poseemos para analizar nuestra realidad reforzando nuestro desarrollo personal autónomo. Es decir, si asumimos esta competencia como un proceso cognitivo complejo que nos lleva al uso de la razón, a la opinión razonada y pensada; entenderemos que este proceso nos llevará siempre a reflexionar sobre una situación problematizada determinada y a actuar e intervenir sobre ella. En buena cuenta, promueve la ciudadanía activa, tan mentada y poco entendida en nuestra realidad contemporánea.
La reflexión, entonces, es un ejercicio eje en la promoción de esta competencia compleja. Para ello, los docentes debemos procurar una serie de ejercicios que – con una buena metodología- irán reemplazando nuestra preocupación por los contenidos y darles un valor agregado a las actividades metacognitivas. Las actividades colaborativas, la retroalimentación, el diálogo, el debate, la deliberación, el control socio emocional, entre otras propuestas, enriquecen el componente reflexivo en las personas. Bajo esta mirada, las áreas de Ciencias Sociales, Histotria y Geografía, Cívica y Ciudadanía no son las únicas ni abanderadas. Promover la reflexión es un compromiso que se debe asumir como una cuestión prioritaria por todos los agentes de la comunidad educativa.
Un caso cotidiano de la reflexión se da en la resolución de problemas; pero no exclusivamente en el ejercicio concreto si no en todo el proceso. La metacognición enriquece la actividad cuando se respeta el camino que siguió el estudiante y no necesariamente el que se considera correcto para el docente. Uno de los grandes retos que tenemos es que consideramos nuestras recetas y soluciones como únicas y verdaderas, limitando o cancelando la creatividad de los estudiantes para llegar a la solución. Es por ello que actualmente, muchas escuelas prefieren liberar al estudiante para que – de manera colaborativa y cooperativa- aborde un problema, identifique sus causas y consecuencias para proponer alternativas de solución que al ser expuestas y llevadas al debate, se enriquecen con la mirada de los demás estudiantes.
Claro, como docentes tememos el error y fracaso de los estudiantes en este camino. Acaso, porque consciente o inconscientemente asumimos que no tienen ni las habilidades ni capacidades logradas para alcanzar el ejercicio ideal. Por ejemplo, no los hemos preparado bien para que estén informados e instruidos sobre alguna cuestión particular y no los hemos agenciado de herramientas para que lo hagan. Nuestros prejuicios y estereotipos hacen que proyectemos una mentalidad opuesta a la concepción abierta que debemos sostener con ellos. La valoración de las fuentes, la discriminación de las mismas y el empleo probo de la información también juegan su propio partido en este encuentro reflexivo.
Otro caso común que venimos trabajando está en el aprendizaje basado en proyectos. Por ejemplo, mis hijos vienen participando del proyecto de pequeños emprendedores en su escuela y deben cumplir con una serie de indicaciones para alcanzar el propósito. Claro, la formación de grupos se rompe pues no fue por afinidad sino por decisión del maestro por el entendible temor a la pérdida de tiempo –la poca confianza que tiene en algunos estudiantes- y las posibles protestas de los padres. Los mismos padres que intervienen para que los hijos tengan el mejor proyecto y sean los ganadores. Si a estos dos elementos, sumamos que sus habilidades de investigación y autogestión son básicas, que sus habilidades metacognitivas no se han consolidado; el proyecto terminará siendo de los padres y maestros antes que de los propios estudiantes.
Una reflexión más. Nuestra realidad educativa ha construido áreas académicas pensadas para que los estudiantes sientan la exigencia anual, cortando el potencial que pueda tener cada uno de ellos y restándole significado para sus vidas. Es decir, seguimos mirando los contenidos.  Tenemos varias asignaturas, enseñamos muchas materias; pero no enseñamos – y muchas veces no sabemos-  inteligencia emocional, relaciones inter e intra personales. No somos empáticos al decir que piensen para hacer algo y olvidamos en qué consiste el ejercicio mismo de pensar. Queremos que sean buenos lectores, pero no los acercamos a una literatura crítica, reflexiva. Queremos que entiendan su presente, pero no les hemos enseñado a entenderse a ellos mismos (acaso porque nosotros mismos no nos entendemos ni conocemos)
Recuerdo aquellos días en que revisábamos noticias y contrastábamos la información con diarios contrapuestos. Recuerdo aquellos días en que nos preocupábamos por saber del autor para identificar la intencionalidad del texto. Recuerdo las visitas a las galerías de arte y los museos para interpretar imágenes, suponer situaciones, recrear desenlaces. Recuerdo las tardes de programas radiales o televisivos que servían para fortalecer un punto de vista sobre determinada cuestión coyuntural. Recuerdo los días en que me sentaba a pensar sobre las ideas que cruzaban por mi mente y si algún día podría concretarlas. Recuerdo cómo aprendí a reflexionar en clase y fuera de ella.

viernes, 19 de octubre de 2018

LA MIRADA EN EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO


“Las palabras están llenas de falsedad o de arte, la mirada es el lenguaje del corazón”
(William Shakespeare)


Seguramente, en más de una oportunidad, nos hemos preguntado por la timidez de algunos estudiantes cuando hablan con nosotros o acaso por el reparo que tienen para dirigirse con seguridad hacia nosotros. Reflexionamos brevemente y añadimos que nosotros les hablamos bien, los tratamos con respeto, les damos su lugar; pero, acaso muchos de nosotros, olvidamos la forma cómo los miramos cuando nos comunicamos o cómo los miramos cuando creemos que no sienten que los estamos mirando.
Nuestros gestos no solo ayudan a comprender las cosas que decimos en clase o fuera de ella. Nuestro rostro es clave para delatar los estados de ánimo, la percepción de la realidad; es clave para transmitir de manera no verbal, todo aquello que no queremos y – generalmente- no sabemos cómo decir. ES decir, los gestos, miradas, la sonrisa misma es clave en la comunicación que llevamos con las personas que tenemos al frente.
A veces, nos jactamos de la rudeza de nuestra mirada para controlar una clase, de la fuerza de nuestros ojos para callar a un estudiante inquieto, de la intensidad de nuestros gestos para transmitir algo, de la rigidez de nuestro rostro para evitar que nos tomen por débiles. A veces, muchas veces, queremos ser insensibles frente a ellos. ES decir, estamos educando en esa insensibilidad y rigidez – frialdad impersonal de una educación aislada y ajena a las emociones. Entonces, ¿Qué pasaría si manifestamos nuestra sensibilidad en clase?
La sensibilidad también se educa pues pasa por un uso consiente de nuestros sentidos. En general, todos nuestros sentidos necesitan ser educados. Justamente, porque se educa es debemos preocuparnos en dejar esa postura de maestro duro e insensible, de maestro aislado de la realidad humana que solo debe impartir una materia determinada frente a los estudiantes. Sonreír no está mal, brindar una mirada cálida no es dañina, mirar a los ojos para transmitir asertivamente lo que nos interesa no es perjudicial.  
Así como empleamos el lenguaje hablado y escrito para comunicar, de la misma manera, podemos hacerlo a través de las miradas que tenemos frente a situaciones y realidades concretas. Así como aprendimos a hablar de manera natural, debemos preocuparnos por aprender y enseñar a mirar; puesto que, mirar implica el desarrollo de un lenguaje visual, simbólico que es mucho más rico que el oral o escrito.
Nuestros ojos comparten mensajes que no siempre queremos o podemos decir, nuestras cejas manifiestan estados de ánimo que nos siempre estamos dispuestos a reconocer verbalmente. Del mismo modo, abordar a nuestros estudiantes con agresividad visual, sorprenderlos con ojos saltones y enfurecidos podría resultar contraproducente en el ejercicio de la vinculación afectiva para generar un ambiente de clase ideal. Es por ello que debemos educar nuestra mirada, para evitar el ridículo y el miedo en las personas que tenemos al frente; educar la mirada nos permitirá un control escénico tan saludable que podremos ser nosotros mismos y transmitir esa seguridad para que ellos también sean quienes son y no quienes queremos que finjan ser.


Ahora bien, aprender a mirar también nos permite desarrollar el pensamiento abstracto, la sensibilidad, el pensamiento crítico. En pleno siglo XXI, debemos pensar en promover un aprendizaje más holístico, integral, que permita miradas completas a los elementos que se enseñan o aprenden. Para ello, debemos asumir la importancia que tiene el lenguaje de las miradas, el lenguaje visual en general, evitando – como hasta ahora-  constreñirlas al plano artístico y lúdico únicamente.
Una pedagogía de la mirada nos llevará a tener una mirada más consciente de las cosas, mayor atención y mejor comprensión del entorno.  Saber mirar nos permitiría discriminar una serie de elementos y eventos que vienen ocurriendo en nuestro tiempo y espacio y del que muchas veces decimos que vivimos de espaldas a esa realidad. Educar la mirada nos llevaría a liberar el pensamiento crítico y creativo en los estudiantes puesto que no respondería a lo que nosotros queremos que vean, sino que serviría para manifestar una multiplicidad de miradas críticas a eventos concretos o situaciones abstractas.
Tener y mantener a los estudiantes dentro de un aula-laboratorio no ayuda a este ejercicio. Salir y caminar para observar, mirar desde arriba o desde abajo, percibir desde diversas perspectivas una misma realidad ayuda en el camino a la promoción de ese pensamiento crítico y creativo. De igual forma, la proximidad entre los actores de una clase sentándose en el piso, formando círculos, frente a frente, es mucho más saludable que tenerlos en filas y columnas solo para ejercer control y seguridad en el cumplimiento de nuestros contenidos temáticos.
Actualmente, en un mundo cargado de imágenes y tecnología, resulta crucial educar a las personas en el acto consciente de mirar; mirar para transmitir afecto, seguridad y confianza; mirar para promover un clima de estabilidad emocional en los receptores; mirar y ser mirado sin temores o frustración al rechazo; mirar para comunicar y disfrutar de nuestra condición humana. Si la mirada fue el primer medio de comunicación de nuestra condición humana y es el lenguaje que empleamos desde que nacemos; entonces, no tengamos miedo de mirar, mirar para sentir, para entender, para crear y recrear.

jueves, 11 de octubre de 2018

MAGIA Y NATURALEZA EN EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO


“Los que contemplan la belleza del mundo encuentran reservas de fortaleza
que los acompañarán durante toda la vida”
Rachel Louise Carson.

Mientras observo a través de la ventana cómo juegan un grupo de jóvenes en el campo de gras sintético del estadio que está frente a mi domicilio, recuerdo las mañanas que pasaba en el colegio. Por un instante sentí la frescura de la brisa de la primavera, la textura de las hojas frescas y el crujir de aquellas que ya se habían caído, el olor de las plantas que cuidábamos con tanto esmero, el color de las plantas y flores que nos rodeaban. Viajé por unos segundos hasta la casita de mis abuelos, en pleno paraíso de la selva cusqueña.
Se vienen más recuerdos; pero, creo que surgieron por el contraste que deben sentir en este instante los muchachos que están en el campo deportivo. Luego, me traslado a las aulas modernas y veo concreto, paredes, muebles, poca naturaleza, nula en la mayoría de casos.
La mayoría de escuelas (públicas y privadas) han descuidado el concepto de educación en contacto con la naturaleza, olvidando acaso que la biosfera nos acompaña desde que venimos a este planeta. Desde pequeños, hemos pasado tiempo entre el parque y los juegos al aire libre, viajando cerca o lejos de nuestra ciudad, mojando los pies en las aguas de un río o de la playa que solíamos visitar hasta hace unos años, hundiendo los pies en la arena o tocando los frutos de la misma planta.
Los niños del siglo XXI están creciendo en departamentos pequeños, aislados de ese contacto cuando pequeños, en guarderías rodeadas de verde sintético y sonidos que estilizan la naturaleza, en escuelitas que priorizan la seguridad y rodean todo de cintas y almohadas, en colegios que optimizan el espacio y el tiempo con materiales al alcance de las manos escolares para no perder mucho tiempo en las movilizaciones grupales o en el desperdicio temporal por el desorden que genera trasladarlos del aula-laboratorio a un campo, al patio, a las gradas o a un espejo de agua cercano.
Claro, si hay buen sol, llueve, corre un fuerte viento o tenemos una bandada de aves cruzando el cielo, no podríamos salir al patio a disfrutarlos pues debemos priorizar la salud de los chicos, toda vez que los padres – en estos tiempos- ya no queremos que nuestros hijos se mojen con la lluvia que a veces nos visita o sientan la fuerza del sol o pierdan el tiempo mirando aves en el cielo pues no pagamos para esas cosas. Eso sí, combatimos la contaminación, promovemos el reciclaje y nos estamos adaptando al calentamiento global, claro que sí.
Hoy estamos más preocupados en el orden social, en el control emocional, en la disciplina corporal y de esfínteres antes que en la conexión con el poco espacio natural que nos queda; estamos más preocupados en las alergias que hemos desarrollado antes que pensar en una salida de campo para que todas las asignaturas hagan un trabajo inter y transdisciplinario que resultaría mucho más significativo y permanente que la enseñanza de materias aisladas en horarios aislados y mecánicamente establecidos, pensados en seres fabriles listos para la producción en serie. Hoy pretendemos enseñar a no contaminarse antes que enseñar a no contaminar.
Creo que podríamos empezar por casa con los pequeños. Podríamos empezar cambiando las plantas plásticas y sintéticas que tenemos por plantas reales, con ciclos de vida. Podríamos tener piedras de distintas texturas y colores, algo de arena y/o tierra para que jueguen y sientan, identifiquen y disfruten las texturas.  Creo que podríamos empezar enseñándoles en casa que, si no cuidamos estos elementos, se deterioran y se pierden.  Acaso esto sería más significativo que miles de afiches y publicidad promoviendo el cuidado del medio ambiente.
El contacto con la naturaleza se puede aprovechar saliendo un día a un lugar como un zoológico, un área reservada, los pantanos, un río, la playa. Los docentes pueden esforzarse un poco y diseñar actividades integradas que permitan aprovechar este contacto con cada una de las materias que llevan los estudiantes, procurando en la medida de lo posible hacerles sentir que no siguen en el laboratorio y bajo control. Un poco de libertad no es mala, ayuda a autorregularse y a moderarse en función a las necesidades del grupo. Salir algunos días de las aulas, del colegio, jamás serán pérdida de tiempo. El bullicio y el desorden, jamás serán pérdida de control. Es más, en situaciones como estas, podremos verificar si nuestras reglas y normas establecidas sirven o es que debemos reajustar las formas y estilos de transmisión de las normas de convivencia que con tanto ahínco hacemos memorizar a todos los miembros de nuestra comunidad educativa.
Como bien señala una colega amiga, olvidamos que la naturaleza sana las penas del alma, nos conecta con nuestra especie primitiva, aquella que nos hace ser libres, auténticos y sin miedos; eso, en verdad, es mágico, sanador y totalmente educador.

miércoles, 3 de octubre de 2018

VER, OÍR, OLER, TOCAR PARA SENTIR Y APRENDER


“El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida”
Vincent Van Gogh 


Desde hace un tiempo atrás, venimos escuchando que la generación de estudiantes del siglo XXI debe desarrollar sus habilidades blandas, su sensibilidad y esa capacidad crítica para interpretar la realidad que lo rodea. Sin embargo, las asignaturas que ayudarían en gran medida, son desdeñadas o abandonadas completamente por las personas que toman decisiones en las Instituciones educativas. Una de ellas es el arte.

Usualmente, leemos a especialistas en temas pedagógicos, que promover el arte desde temprana edad logrará personas con mayor sensibilidad y habilidades sociales que permitirán afianzar las capacidades en las asignaturas que se incorporan durante la vida escolar de las personas hasta alcanzar la vida universitaria. Aunque, por razones que no se han explicado aún, el arte se reduce a la pintura, los dibujos y –ahora- a los diseños digitales limitando el campo de acción de esta materia y anulando el poder que alcanzaría si fuera transversal en cada una de las materias que se imparten en la escuela.

No me detendré a detallar las bondades que genera cada uno de los espacios que el arte nos puede y debe brindar a las asignaturas escolares; pero, haré algunas menciones que – en mi experiencia- han sido útiles para conectar con los estudiantes y lograr aprendizajes más significativos y enriquecedores en el quehacer docente.

Desde hace unos años, varias escuelas con propuestas alternativas interesantes, vienen implementando aprendizajes basados en proyectos de teatro o cine escolar que los lleva desde observar una obra o una película para que todas las asignaturas giren en torno a los contenidos de lo observado y se vinculen a las materias de cada curso.

Empezar una sesión con música es mucho más productivo y ameno para una persona que vive en el desorden de este siglo. La música logra que nuestra mente viaje por lugares insospechados, nos permite conocer ese yo que visitamos escuetamente; además, nos vuelve perceptivos y agudiza el concepto de ritmo que poseemos. Nuestra mentalidad abierta debe llevarnos a musicalizar los tiempos muertos de la clase, a musicalizar los espacios de producción que tienen los estudiantes. Es decir, no solo debemos colocar melodías clásicas y tradicionales; también, debemos arriesgarnos a poner música actual y que genere interés en el auditorio.

Lo mismo ocurre con la literatura. Estudiar un tema a partir de una obra literaria sería mucho más significativo que solo narrar los eventos de un tiempo y espacio que son ajenos a los estudiantes. Un proyecto literario podría, incluso, llevarnos a transversalizar la obra como plan lector que emplee la información que esta posee para que cada uno de los maestros aproveche la lectura y efectivice al máximo el buen gusto y uso de la lectura.

Un valor adicional en este campo, merece la danza y el baile. Ambas promueven más valores que todas las clases que podamos impartir en la vida escolar. El respeto, la solidaridad, la tolerancia, la cooperación, la autonomía, entre otros, se cultivan con suma tranquilidad desde este campo.
Ahora bien, imagine usted una clase de la Guerra con Chile a partir de la pintura “La respuesta” o “El último cartucho”; mejor aún, piense en la misma clase a partir de las cartas de los personajes de la época. ¿Matemáticas? Podríamos ver los carteles de contenidos y trabajar dimensiones, proporciones, elementos, colores, teoría de conjuntos. En literatura podemos requerir la creación de una obra teatral, una canción, una carta, etc. Piense en las otras materias y notará con qué facilidad podemos aprovechar estos elementos en clase.

¿Tiene una clase sobre secuencias, frecuencias, relaciones? Atrévase a emplear una canción suya o de los estudiantes, analice el tiempo de duración, el compás, el ritmo, etc. Recuerde que una canción tiene más información matemática de la que usted y yo imaginamos. El arte, desde las esculturas de Conrad hasta la canción que está escuchando mientras lee este artículo, han estado presentes en nuestra cotidianeidad, lo que no significa que busquemos crear artistas en potencia.

Un elemento más es elaboración de material para promover la educación inclusiva e intercultural, para el reconocimiento de la otredad y el afianzamiento de la identidad personal, local, etc. Entender el arte como producción social nos permitirá abordarlo desde una mirada más abierta al concepto limitado que tenemos en las escuelas y pensar en su consumo cultural con mayor responsabilidad.

Si abordamos consciente y criteriosamente estos campos, afianzaremos la sensibilidad que posiblemente se ha trabajado en casa y que casi queda abandonada en las escuelas. Si enseñamos a sentir habremos logrado mejores personas, habrán aprendido ellos y aprendido nosotros; habremos logrado personas más integras, capaces de abordar problemas y situaciones reales con mayor creatividad. Recuerda, “si lo imaginas, existe” (Pablo Picaso)

lunes, 24 de septiembre de 2018

LA VOCACIÓN Y LA MOTIVACIÓN EN EL QUEHACER DOCENTE


“Es notable la capacidad que tiene la experiencia pedagógica para despertar,
estimular y desarrollar en nosotros el gusto de querer bien y el gusto
de la alegría sin la cual la práctica educativa pierde el sentido” 
Paulo Freire

Usualmente en las clases que imparto, narro a mis estudiantes las experiencias que he tenido con distintas personas (profesionales o no) para explicarles que uno puede ser exitoso si logra descubrir su propósito, si logra descubrir su vocación; pero, además, si está motivado a sostenerse en el espacio que está eligiendo. Ellos siempre terminan preguntando por qué me gusta enseñar de la forma que lo hago y por qué no todos los docentes hacen lo mismo. Parece sencillo de responder; sin embargo, podemos encontrar múltiples respuestas. ¿Qué hace que algunos maestros sean tan apasionados en sus clases? ¿Qué hace que algunos maestros no logren conectarse con sus estudiantes? Considero que las respuestas a ambas preguntas están en la vocación y la motivación         que nos mueven diariamente.
Es cierto que la inclinación o interés hacia un determinado oficio o profesión hacen que definamos nuestro perfil y destaquemos nuestras aptitudes y capacidades orientadas a la opción que hemos elegido casi de manera natural. La vocación docente, por ello, nos lleva a brindarnos en busca de la mejora social, la comprensión y la paciencia con nuestros estudiantes, el amor mismo a nuestra condición humana. Es nuestra vocación la que nos lleva a convertir los errores en experiencias de aprendizaje, de convertir el traspié en el estímulo para alcanzar el éxito, de escuchar el error para volver a explicar sin juzgar sino valorar la acción. Es la vocación la que nos lleva a andar y desandar, a lograr el respeto en el silencio y el bullicio, entre otras cuestiones más.
Ahora bien, la motivación es el sostenimiento de todos los estímulos posibles para llevar a cabo nuestra labor cotidiana; es esa satisfacción que encontramos en los pequeños detalles que rodean nuestra cotidianeidad, intrínsecas o extrínsecas, propias o ajenas, pero motivación al fin.  Es la motivación la que nos sostiene en un abrazo con los colegas, en la sonrisa de los estudiantes, en la mirada tierna del desconocimiento, en la sorpresa del aprendizaje logrado. Es esa misma motivación la que nos lleva a estar actualizados, a vincularnos en las diversas formas de enseñar y aprender, a exigirnos como profesionales, a satisfacer nuestras ambiciones y pretensiones personales.
Debemos recordar también que la mejora constante, el reconocimiento y la inducción, el estímulo y las recompensas ayudan a sostener esta motivación en el quehacer diario. Lograr el estado de bienestar en el ambiente laboral permite mejorar el rendimiento y la capacidad creativa en el personal docente; es decir, la conexión y vinculación con la empresa empleadora se hacen más fáciles y efectivas. La visión de los superiores, las oficinas de recursos humanos o los departamentos de psicología ayudan en este sentido.
La fórmula es compleja, los resultados son diversos; es por ello que encontramos diversos perfiles docentes, variados maestros de aula, y en la variedad y diversidad es que debemos aprender a movernos. Podemos encontrar a un maestro de vocación que no ha sido motivado en su centro laboral o cuyo estado emocional no es el óptimo y pueda acaso creerse que no sea un buen profesor. Caso contrario, puede encontrarse con un docente que recibe permanentemente motivación y estímulos, pero tiene un nivel de vocación reducido o limitado generando un espejismo en su desempeño diario. O, en el extremo de los casos, algunos ven en la docencia, una salida laboral que les garantiza un ingreso regular y acceso a determinados beneficios que –en nuestro país- se alcanzan con mayor facilidad que en otras profesiones.
Decirnos apóstoles de la educación, en pleno siglo XXI, es un eufemismo que debemos desterrar de nuestro quehacer. Como docentes de vocación y motivados, debemos entender que no existen barreras para profesionalizarnos y alcanzar estándares de calidad en el espacio en el que nos desarrollamos. Decir que sólo somos facilitadores es una verdad a medias pues también somos investigadores, que, en la probidad académica, brindamos información de calidad a los estudiantes. Somos seres de excelencia pues requerimos inteligencia y precisión para destacar la individualidad para potenciar el trabajo colaborativo y cooperativo. Lograr estos estándares de calidad nos permiten ser buenos maestros, no sólo apóstoles de la educación.
Si por vocación elegimos ser maestros; entonces, debemos estar preparados para motivarnos diariamente y pensar en que si sonreímos lograremos arrancar una sonrisa en nuestros colegas y estudiantes. Debemos entender que, si somos apasionados, transmitiremos pasión en las personas que nos rodean; si somos buenos comunicadores y gestores de nuestro conocimiento, promoveremos también estas habilidades en los estudiantes y profesores de nuestros círculos. La pasión, tarde o temprano, promueve pasión.

domingo, 16 de septiembre de 2018

EL RIGOR ACADÉMICO EN EL PROCESO DE ENSEÑANZA - APRENDIZAJE


 Muchas veces nos hemos sorprendido y hasta burlado por el nivel de respuestas que brindan nuestros estudiantes en las diversas pruebas y documentos que requerimos para evaluar sus procesos de aprendizaje. Sin embargo, pocas veces hemos reparado que esa rigurosidad y convencionalidad de sus respuestas están sujetas a los modelos que reciben en las sesiones que impartimos, en las prácticas cotidianas del hogar, en el entorno que los rodea (medios de comunicación y redes sociales); posiblemente, si lo hiciéramos, de la sorpresa pasaríamos a la consternación por ser parte de un problema que debemos abordar de manera más efectiva.
¿En qué medida somos responsables del rigor académico que presentan las respuestas de nuestros estudiantes? La pregunta se cae de madura pues si enseñamos a los estudiantes a responder con propiedad, empleando fuentes confiables y de manera pertinente, respetando alguna convencionalidad y respetando la autoría de la información que mostramos, habremos dado un gran paso. Para ello, sin embargo, debemos empezar por nosotros mismos.
En la actualidad, la mayoría de maestros emplea imágenes en sus diapositivas sin respetar los derechos de autor (no señalan el origen de la imagen); se colocan frases y pensamientos sin respetar convenciones de citado o parafraseado; incluso, no se colocan las fuentes empleadas en el tema trabajado. Todo lo señalado anteriormente no hace sino evidenciar la escasa o nula probidad académica que presentan nuestras sesiones, diapositivas, instrumentos de evaluación utilizados, etc.
Los medios de comunicación (en todas sus formas) hacen poco esfuerzo en citar las fuentes cuando desarrollan algún tipo de información. Peor aún, en las redes sociales circulan textos e imágenes con frases que no necesariamente son ciertas y se comparten con la misma facilidad con que se respira; salvo honrosas excepciones que verifican la autenticidad de la información, muchas veces hemos participado en la difusión de noticias falsas o desactualizadas pues no reparamos en la verificación de la fuente, en la revisión pertinente del texto, en la confiabilidad de la fuente.
Nuestra responsabilidad en este sentido, es grande. Si como docentes, sin importar la asignatura que impartimos, nos preocupáramos en brindar sesiones empleando citas textuales, parafraseando autores respetables en la materia que tratamos, evaluando la calidad de la información que presentamos, certificando con algún instrumento de medición la autenticidad de la información, contrastando la información con otras fuentes, respetando la autoría de los textos que empleamos; estoy convencido, lograremos que los estudiantes, de manera progresiva, se sumerjan en el maravilloso mundo de la rigurosidad académica para desarrollar sus ideas y conceptos.
Como docentes, debemos preocuparnos por agenciar de herramientas para que ellos puedan alcanzar estándares de rigurosidad que los lleven por el camino de la probidad académica. En cada uno de los niveles, desde inicial hasta secundaria, deberíamos preocuparnos por aportar en este camino. Un pequeño de educación inicial, no sabrá escribir, pero si podrá mencionar de dónde obtuvo la información y cómo la obtuvo. Un niño de cuarto o quinto grado de primaria tranquilamente puede mencionar el origen de la fuente que está empleando. Un adolescente de quinto de secundaria estará en la capacidad de señalar desde el origen hasta el valor y las limitaciones de la fuente empleada para su proyecto de ciencias o para la exposición de comunicación.
En estos días de facilismo académico y relajo (descuido) en la rigurosidad de la información que manejamos, aportaríamos en gran medida proporcionando estrategias y herramientas para que nuestros estudiantes tengan la oportunidad de mejorar el pensamiento crítico, la oralidad y el discurso cotidiano con la consecuente mejora de la ciudadanía activa-participativa que tanta falta hace en estos tiempos de frustración y desencanto con nuestra realidad nacional.

domingo, 2 de septiembre de 2018

EL ERROR EN EL APRENDIZAJE



“Las personas no son recordadas por el número de veces que fracasan,
sino por el número de veces que tienen éxito”
Thomas Alva Edison

Durante estos años, hemos escuchado con suma frecuencia frases como “ellos son estudiantes del siglo XXI“o algunas otras como “debemos educar para el siglo XXI”; sin embargo, pocos tenemos claro el concepto de estudiante del siglo XXI o enseñanza del siglo XXI. Peor aún, seguimos diciendo o escuchando estas frases como si faltara mucho tiempo para llegar y pocas veces caemos en la cuenta de que hace casi dos décadas que estamos en un nuevo siglo.
Una de las particularidades que muestra el estudiante del siglo XXI es su relación frente al error en el proceso de enseñanza aprendizaje. Mientras que en el sistema tradicional – que aún se mantiene- existe un modo correcto de hacer las cosas y cualquier otra alternativa es vista como incorrecta o hasta como un error; el estudiante de este siglo no conoce un modo correcto de hacer las cosas, sino que, postula diversas posibilidades para llegar al objetivo planteado.
La educación tradicional ve en el error la condición de fracaso y sanción, genera decepción en el responsable y genera un temor recurrente para hacer cosas distintas o novedosas para resolver problemas pues –frente al fracaso- temen ser señalados y castigados por las equivocaciones cometidas. La intransigencia para aceptar nuevas formas de abordar los problemas o la intimidación y descalificación que transmitimos los docentes ante las equivocaciones de nuestros estudiantes terminan por consolidar una conducta pasiva, poco expresiva y desmotivadora frente a la oportunidad de aprender
En cambio, la educación de nuestros días ve en el error la oportunidad de motivar y atraer la curiosidad para explorar nuevas posibilidades para desarrollar las habilidades de los estudiantes y experimentar a partir de los resultados que se han obtenido. Es más, si consideramos el elemento de la estimulación y el reconocimiento sumado a la metacognición bien llevada y efectiva; lograremos que los errores se conviertan en experiencias de aprendizaje mucho más significativas que las clases magistrales que podemos brindar los docentes a partir de nuestras competencias, pero desconectadas de los intereses y motivaciones personales en cada estudiante.
Aprender del error implica además una nueva forma de ver la educación. Debemos tener una mentalidad abierta y paciente para entender todo tipo de respuestas en nuestros estudiantes. A partir de ellas, saber motivarlos y sostener la autoestima individual y colectivamente para que la frustración ante el fracaso esté controlada y se promueva esa chispa interna que los lleve a no renunciar hasta alcanzar el éxito. Es muy fácil renunciar al proceso y facilitar las respuestas o procedimientos “correctos” que nosotros tenemos como docentes. Nuestro reto está en ser pacientes para cada uno de sus logros, ser honestos en el aliento que brindemos para que sientan el apoyo y pierdan el miedo a equivocarse. Si ellos descubren el error, posiblemente se motiven a superarlos; si nosotros indicamos el error, es muy probable que ellos renuncien para no equivocarse.
Cuando el estudiante reconoce su error, revisa los procesos seguidos, evalúa los métodos y recursos empleados. En buena cuenta, promueve aprendizajes autónomos, generan conciencia plena para la corrección de sus equivocaciones y establece plazos y metas concretas para los próximos resultados.  Vale decir que, reconocer e identificar errores los llevará a problematizar eventos, casos, situaciones; esta problematización será la vía para la investigación y si se suma una adecuada reflexión, se estará desarrollando el pensamiento crítico en ellos, en la construcción de su propio saber, de un saber sumamente significativo.

Los docentes del siglo XXI tenemos un reto en este sentido. Debemos convertir el error en una experiencia de enseñanza aprendizaje. Todos cometemos errores; pero no basta con cometerlos, muchas veces de manera recurrente y permisiva; sino que, debemos convertirlos en el punto de partida de un proceso que  lleve a la resolución de problemas, que los lleve al cuestionamiento permanente y a considerar que no todo tendrá solución o respuesta, considerar que la cooperación puede ser crucial para mejorar sus procesos, entender que equivocarse los llevará a reinventarse y encontrar nuevos caminos para la verdad que para muchos de nosotros es única y lineal.
Tenemos entonces, un gran reto como docentes. Tenemos que cambiar los actos de juzgar y castigar por evaluar y motivar; criticar buscando el crecimiento del aprendizaje y no descalificando la ignorancia o escasa información en determinadas materias o situaciones. El camino es largo, los resultados son lentos; pero, debemos empezar ahora si realmente queremos ser docentes educando para este siglo.

lunes, 20 de agosto de 2018

LA MOTIVACIÓN Y LA SORPRESA EN EL APRENDIZAJE


                                                  “No hay Nada importante que no se haya logrado sin entusiasmo”
(Ralph Waldo Emerson)


¿En qué medida la motivación y la sorpresa hacen más significativa una experiencia de aprendizaje en un aula de clase?

Hace unos días, conversaba con un grupo de colegas sobre la importancia de motivar a los estudiantes para que consigan sus objetivos. Uno de ellos me decía que siempre les recordaba a sus chicos que sean alguien en la vida. Recuerdo mucho esa frase, “tienes que ser alguien en la vida”, mi madre siempre señalaba esto cuando nos veía “perdiendo el tiempo” en la calle. Hoy escucho esta frase y pienso qué representaba ser alguien para ella, y me pongo en el lugar de los adolescentes que escuchan esta frase sin saber qué responder, pues estoy convencido que ellos – al igual que yo hace muchos años – no saben que es “ser alguien en la vida”.
Es importante saber que uno de los elementos cruciales del aprendizaje es la motivación, cuando este no existe, difícilmente los estudiantes aprenden. Sin embargo, la motivación no es solo alentar a que aprendan una materia que para ellos resulta ajena y distante. Es intervenir en su estado de ánimo para generar expectativa y necesidad individual – más allá de los campos temáticos-  de que en su aventura individual se vean invitados a descubrir qué es lo que los apasiona, y aprendan a conectarse en función a esa motivación intrínseca, y dejen de depender de la motivación extrínseca que impulsa cada docente en sus clases.
La motivación es la chispa que mueve el motor del aprendizaje, la motivación es la que sostiene todo el proceso de enseñanza y aprendizaje, porque aun cuando se enseña se está aprendiendo. Pero no se trata de motivar por motivar. Los docentes cometemos el error de motivar a los estudiantes con los contenidos de nuestros cursos; y, aunque este elemento es válido y funciona, no es consistente ni continuo.  En algún momento los estudiantes mostrarán el desgaste y se frustrarán frente a los fracasos que surjan. En cambio, sorprenderlos con procedimientos para que aborden contenidos, estrategias para que investiguen determinados campos de su interés, resultará mucho más efectivo para ellos.
En este sentido es que debemos ayudar a los estudiantes a encontrar esa motivación, debemos llevarlos al plano de los objetivos. Qué propósito tiene lo que está haciendo, cuál es el sentido que lo lleva a realizarlo. Esa relación entre los objetivos y los motivos se convierten en la combustión que mantiene su flama elevada. Llegará el momento en que ellos construyan sus propios elementos motivacionales. Cuando esto ocurre decimos que la curiosidad y el descubrimiento de lo nuevo lo están llevando a la autorrealización.
Debemos procurar que la motivación extrínseca que impregnamos en nuestro quehacer para la construcción del conocimiento, en cada uno de ellos se traslade al plano interno y se genere el interés voluntario – no condicionado para que continúe su camino. Sostener el elemento incentivo – recompensa en el proceso de enseñanza aprendizaje nos llevará en algún momento a la indiferencia y superficialidad académica en ellos. La calificación es necesaria, pero no debe ser el canal principal para el desarrollo de los aprendizajes. El profesor debe sumar siempre elementos que generen el interés, sorprender con estrategias, herramientas, recursos diversos que capturen al estudiante; pero, nada de esto servirá si no logramos despertar un auténtico interés individual (motivación que parta de sí mismo).
Ahora bien, la motivación y la sorpresa no son exclusivas o privativas de la labor docente. Los estudiantes deben aportar permanentemente en este campo. Por ejemplo, la cooperación en la construcción del aprendizaje (o método de aprendizaje cooperativo), resulta altamente satisfactorio, se pueden compartir experiencias de éxito, pero también de fracaso. El error como oportunidad para aprender entre ellos mismos, debería constituirse en un desafío de superación, y no de simple frustración. Sin embargo, nuestra cultura docente expresa hasta ahora un inadecuado tratamiento del error, reduciéndolo a fracaso, sanción, punición, o desaprobación. En la medida en que respetemos ese fracaso, haya un tratamiento justo, y personalizado de cada acierto o desacierto, en ese momento impulsaremos ese hálito que los lleve a atreverse y desafiar sin temor, a la observación descalificadora que aun damos los adultos a muchos retos escolares.
La experiencia docente nos dice que esto los ayudará a ser ellos mismos, a asumir su propia personalidad e identidad. Les permitirá lograr el equilibrio entre el impulso y la frustración frente a sus facultades intelectuales.
Por ello resulta crucial generar siempre el asombro en ellos. Sorprenderlos llevará a que busquen por su cuenta nuevas experiencias de aprendizaje, que no necesariamente estarán vinculadas a nuestra materia de enseñanza; pero, honestamente, a quién le importa que aprenda nuestra materia si acaso tenemos frente a nosotros a un futuro médico o ingeniero y nosotros enseñamos historia o literatura. Debemos preocuparnos por brindarles habilidades para se desarrollen ellos mismos, y no limitarlos a nuestras competencias (o incompetencias), para que hagan lo que nosotros queremos que hagan, creyendo qué es lo mejor para ellos.
Motivar y sorprender en el proceso de aprendizaje resultan cruciales para conectar con ellos,  buscar una motivación pertinente y focalizada, llevada con elementos que sorprendan en el proceso y fuera de este, que fortalezca el interés en cuestiones propias de los estudiantes. En el mismo sentido, las pseudo motivaciones, la rutina, la monotonía pedagógica, y el escaso o nulo empleo de herramientas y elementos propios del entorno de las personas a las que llegamos, generará desinterés, desmotivación, aburrimiento y en consecuencia desconexión total. Despertar interés auténtico en potenciales artistas, investigadores, y seres humanos que asuman responsabilidades consigo mismos y con otros, y que sean capaces de automotivarse, impulsarse o movilizarse en un mundo difícil y exigente como el actual.