martes, 30 de octubre de 2018

LA REFLEXIÓN COMO MOTOR DEL PENSAMIENTO CRÍTICO



“El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia,
Sino la ilusión del conocimiento”
Stephen Hawking

Durante mucho tiempo hemos escuchado que debemos promover el pensamiento crítico y creativo en nuestros estudiantes. Entonces, pensamos en empoderarlos y despertar su sentido de autonomía para resolver situaciones problemáticas, para cuestionar su realidad, para cuestionar su realidad histórica y social. Por ello, se asocia siempre esta competencia con áreas como Ciencias Sociales, Historia y Geografía o Ciudadanía; aunque no siempre ello resulte correcto y por esto se le reste protagonismo al trabajo sostenido y transversal con todas las áreas que se trabajan en las escuelas.
Si entendemos el pensamiento crítico como la competencia que poseemos para analizar nuestra realidad reforzando nuestro desarrollo personal autónomo. Es decir, si asumimos esta competencia como un proceso cognitivo complejo que nos lleva al uso de la razón, a la opinión razonada y pensada; entenderemos que este proceso nos llevará siempre a reflexionar sobre una situación problematizada determinada y a actuar e intervenir sobre ella. En buena cuenta, promueve la ciudadanía activa, tan mentada y poco entendida en nuestra realidad contemporánea.
La reflexión, entonces, es un ejercicio eje en la promoción de esta competencia compleja. Para ello, los docentes debemos procurar una serie de ejercicios que – con una buena metodología- irán reemplazando nuestra preocupación por los contenidos y darles un valor agregado a las actividades metacognitivas. Las actividades colaborativas, la retroalimentación, el diálogo, el debate, la deliberación, el control socio emocional, entre otras propuestas, enriquecen el componente reflexivo en las personas. Bajo esta mirada, las áreas de Ciencias Sociales, Histotria y Geografía, Cívica y Ciudadanía no son las únicas ni abanderadas. Promover la reflexión es un compromiso que se debe asumir como una cuestión prioritaria por todos los agentes de la comunidad educativa.
Un caso cotidiano de la reflexión se da en la resolución de problemas; pero no exclusivamente en el ejercicio concreto si no en todo el proceso. La metacognición enriquece la actividad cuando se respeta el camino que siguió el estudiante y no necesariamente el que se considera correcto para el docente. Uno de los grandes retos que tenemos es que consideramos nuestras recetas y soluciones como únicas y verdaderas, limitando o cancelando la creatividad de los estudiantes para llegar a la solución. Es por ello que actualmente, muchas escuelas prefieren liberar al estudiante para que – de manera colaborativa y cooperativa- aborde un problema, identifique sus causas y consecuencias para proponer alternativas de solución que al ser expuestas y llevadas al debate, se enriquecen con la mirada de los demás estudiantes.
Claro, como docentes tememos el error y fracaso de los estudiantes en este camino. Acaso, porque consciente o inconscientemente asumimos que no tienen ni las habilidades ni capacidades logradas para alcanzar el ejercicio ideal. Por ejemplo, no los hemos preparado bien para que estén informados e instruidos sobre alguna cuestión particular y no los hemos agenciado de herramientas para que lo hagan. Nuestros prejuicios y estereotipos hacen que proyectemos una mentalidad opuesta a la concepción abierta que debemos sostener con ellos. La valoración de las fuentes, la discriminación de las mismas y el empleo probo de la información también juegan su propio partido en este encuentro reflexivo.
Otro caso común que venimos trabajando está en el aprendizaje basado en proyectos. Por ejemplo, mis hijos vienen participando del proyecto de pequeños emprendedores en su escuela y deben cumplir con una serie de indicaciones para alcanzar el propósito. Claro, la formación de grupos se rompe pues no fue por afinidad sino por decisión del maestro por el entendible temor a la pérdida de tiempo –la poca confianza que tiene en algunos estudiantes- y las posibles protestas de los padres. Los mismos padres que intervienen para que los hijos tengan el mejor proyecto y sean los ganadores. Si a estos dos elementos, sumamos que sus habilidades de investigación y autogestión son básicas, que sus habilidades metacognitivas no se han consolidado; el proyecto terminará siendo de los padres y maestros antes que de los propios estudiantes.
Una reflexión más. Nuestra realidad educativa ha construido áreas académicas pensadas para que los estudiantes sientan la exigencia anual, cortando el potencial que pueda tener cada uno de ellos y restándole significado para sus vidas. Es decir, seguimos mirando los contenidos.  Tenemos varias asignaturas, enseñamos muchas materias; pero no enseñamos – y muchas veces no sabemos-  inteligencia emocional, relaciones inter e intra personales. No somos empáticos al decir que piensen para hacer algo y olvidamos en qué consiste el ejercicio mismo de pensar. Queremos que sean buenos lectores, pero no los acercamos a una literatura crítica, reflexiva. Queremos que entiendan su presente, pero no les hemos enseñado a entenderse a ellos mismos (acaso porque nosotros mismos no nos entendemos ni conocemos)
Recuerdo aquellos días en que revisábamos noticias y contrastábamos la información con diarios contrapuestos. Recuerdo aquellos días en que nos preocupábamos por saber del autor para identificar la intencionalidad del texto. Recuerdo las visitas a las galerías de arte y los museos para interpretar imágenes, suponer situaciones, recrear desenlaces. Recuerdo las tardes de programas radiales o televisivos que servían para fortalecer un punto de vista sobre determinada cuestión coyuntural. Recuerdo los días en que me sentaba a pensar sobre las ideas que cruzaban por mi mente y si algún día podría concretarlas. Recuerdo cómo aprendí a reflexionar en clase y fuera de ella.

viernes, 19 de octubre de 2018

LA MIRADA EN EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO


“Las palabras están llenas de falsedad o de arte, la mirada es el lenguaje del corazón”
(William Shakespeare)


Seguramente, en más de una oportunidad, nos hemos preguntado por la timidez de algunos estudiantes cuando hablan con nosotros o acaso por el reparo que tienen para dirigirse con seguridad hacia nosotros. Reflexionamos brevemente y añadimos que nosotros les hablamos bien, los tratamos con respeto, les damos su lugar; pero, acaso muchos de nosotros, olvidamos la forma cómo los miramos cuando nos comunicamos o cómo los miramos cuando creemos que no sienten que los estamos mirando.
Nuestros gestos no solo ayudan a comprender las cosas que decimos en clase o fuera de ella. Nuestro rostro es clave para delatar los estados de ánimo, la percepción de la realidad; es clave para transmitir de manera no verbal, todo aquello que no queremos y – generalmente- no sabemos cómo decir. ES decir, los gestos, miradas, la sonrisa misma es clave en la comunicación que llevamos con las personas que tenemos al frente.
A veces, nos jactamos de la rudeza de nuestra mirada para controlar una clase, de la fuerza de nuestros ojos para callar a un estudiante inquieto, de la intensidad de nuestros gestos para transmitir algo, de la rigidez de nuestro rostro para evitar que nos tomen por débiles. A veces, muchas veces, queremos ser insensibles frente a ellos. ES decir, estamos educando en esa insensibilidad y rigidez – frialdad impersonal de una educación aislada y ajena a las emociones. Entonces, ¿Qué pasaría si manifestamos nuestra sensibilidad en clase?
La sensibilidad también se educa pues pasa por un uso consiente de nuestros sentidos. En general, todos nuestros sentidos necesitan ser educados. Justamente, porque se educa es debemos preocuparnos en dejar esa postura de maestro duro e insensible, de maestro aislado de la realidad humana que solo debe impartir una materia determinada frente a los estudiantes. Sonreír no está mal, brindar una mirada cálida no es dañina, mirar a los ojos para transmitir asertivamente lo que nos interesa no es perjudicial.  
Así como empleamos el lenguaje hablado y escrito para comunicar, de la misma manera, podemos hacerlo a través de las miradas que tenemos frente a situaciones y realidades concretas. Así como aprendimos a hablar de manera natural, debemos preocuparnos por aprender y enseñar a mirar; puesto que, mirar implica el desarrollo de un lenguaje visual, simbólico que es mucho más rico que el oral o escrito.
Nuestros ojos comparten mensajes que no siempre queremos o podemos decir, nuestras cejas manifiestan estados de ánimo que nos siempre estamos dispuestos a reconocer verbalmente. Del mismo modo, abordar a nuestros estudiantes con agresividad visual, sorprenderlos con ojos saltones y enfurecidos podría resultar contraproducente en el ejercicio de la vinculación afectiva para generar un ambiente de clase ideal. Es por ello que debemos educar nuestra mirada, para evitar el ridículo y el miedo en las personas que tenemos al frente; educar la mirada nos permitirá un control escénico tan saludable que podremos ser nosotros mismos y transmitir esa seguridad para que ellos también sean quienes son y no quienes queremos que finjan ser.


Ahora bien, aprender a mirar también nos permite desarrollar el pensamiento abstracto, la sensibilidad, el pensamiento crítico. En pleno siglo XXI, debemos pensar en promover un aprendizaje más holístico, integral, que permita miradas completas a los elementos que se enseñan o aprenden. Para ello, debemos asumir la importancia que tiene el lenguaje de las miradas, el lenguaje visual en general, evitando – como hasta ahora-  constreñirlas al plano artístico y lúdico únicamente.
Una pedagogía de la mirada nos llevará a tener una mirada más consciente de las cosas, mayor atención y mejor comprensión del entorno.  Saber mirar nos permitiría discriminar una serie de elementos y eventos que vienen ocurriendo en nuestro tiempo y espacio y del que muchas veces decimos que vivimos de espaldas a esa realidad. Educar la mirada nos llevaría a liberar el pensamiento crítico y creativo en los estudiantes puesto que no respondería a lo que nosotros queremos que vean, sino que serviría para manifestar una multiplicidad de miradas críticas a eventos concretos o situaciones abstractas.
Tener y mantener a los estudiantes dentro de un aula-laboratorio no ayuda a este ejercicio. Salir y caminar para observar, mirar desde arriba o desde abajo, percibir desde diversas perspectivas una misma realidad ayuda en el camino a la promoción de ese pensamiento crítico y creativo. De igual forma, la proximidad entre los actores de una clase sentándose en el piso, formando círculos, frente a frente, es mucho más saludable que tenerlos en filas y columnas solo para ejercer control y seguridad en el cumplimiento de nuestros contenidos temáticos.
Actualmente, en un mundo cargado de imágenes y tecnología, resulta crucial educar a las personas en el acto consciente de mirar; mirar para transmitir afecto, seguridad y confianza; mirar para promover un clima de estabilidad emocional en los receptores; mirar y ser mirado sin temores o frustración al rechazo; mirar para comunicar y disfrutar de nuestra condición humana. Si la mirada fue el primer medio de comunicación de nuestra condición humana y es el lenguaje que empleamos desde que nacemos; entonces, no tengamos miedo de mirar, mirar para sentir, para entender, para crear y recrear.

jueves, 11 de octubre de 2018

MAGIA Y NATURALEZA EN EL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO


“Los que contemplan la belleza del mundo encuentran reservas de fortaleza
que los acompañarán durante toda la vida”
Rachel Louise Carson.

Mientras observo a través de la ventana cómo juegan un grupo de jóvenes en el campo de gras sintético del estadio que está frente a mi domicilio, recuerdo las mañanas que pasaba en el colegio. Por un instante sentí la frescura de la brisa de la primavera, la textura de las hojas frescas y el crujir de aquellas que ya se habían caído, el olor de las plantas que cuidábamos con tanto esmero, el color de las plantas y flores que nos rodeaban. Viajé por unos segundos hasta la casita de mis abuelos, en pleno paraíso de la selva cusqueña.
Se vienen más recuerdos; pero, creo que surgieron por el contraste que deben sentir en este instante los muchachos que están en el campo deportivo. Luego, me traslado a las aulas modernas y veo concreto, paredes, muebles, poca naturaleza, nula en la mayoría de casos.
La mayoría de escuelas (públicas y privadas) han descuidado el concepto de educación en contacto con la naturaleza, olvidando acaso que la biosfera nos acompaña desde que venimos a este planeta. Desde pequeños, hemos pasado tiempo entre el parque y los juegos al aire libre, viajando cerca o lejos de nuestra ciudad, mojando los pies en las aguas de un río o de la playa que solíamos visitar hasta hace unos años, hundiendo los pies en la arena o tocando los frutos de la misma planta.
Los niños del siglo XXI están creciendo en departamentos pequeños, aislados de ese contacto cuando pequeños, en guarderías rodeadas de verde sintético y sonidos que estilizan la naturaleza, en escuelitas que priorizan la seguridad y rodean todo de cintas y almohadas, en colegios que optimizan el espacio y el tiempo con materiales al alcance de las manos escolares para no perder mucho tiempo en las movilizaciones grupales o en el desperdicio temporal por el desorden que genera trasladarlos del aula-laboratorio a un campo, al patio, a las gradas o a un espejo de agua cercano.
Claro, si hay buen sol, llueve, corre un fuerte viento o tenemos una bandada de aves cruzando el cielo, no podríamos salir al patio a disfrutarlos pues debemos priorizar la salud de los chicos, toda vez que los padres – en estos tiempos- ya no queremos que nuestros hijos se mojen con la lluvia que a veces nos visita o sientan la fuerza del sol o pierdan el tiempo mirando aves en el cielo pues no pagamos para esas cosas. Eso sí, combatimos la contaminación, promovemos el reciclaje y nos estamos adaptando al calentamiento global, claro que sí.
Hoy estamos más preocupados en el orden social, en el control emocional, en la disciplina corporal y de esfínteres antes que en la conexión con el poco espacio natural que nos queda; estamos más preocupados en las alergias que hemos desarrollado antes que pensar en una salida de campo para que todas las asignaturas hagan un trabajo inter y transdisciplinario que resultaría mucho más significativo y permanente que la enseñanza de materias aisladas en horarios aislados y mecánicamente establecidos, pensados en seres fabriles listos para la producción en serie. Hoy pretendemos enseñar a no contaminarse antes que enseñar a no contaminar.
Creo que podríamos empezar por casa con los pequeños. Podríamos empezar cambiando las plantas plásticas y sintéticas que tenemos por plantas reales, con ciclos de vida. Podríamos tener piedras de distintas texturas y colores, algo de arena y/o tierra para que jueguen y sientan, identifiquen y disfruten las texturas.  Creo que podríamos empezar enseñándoles en casa que, si no cuidamos estos elementos, se deterioran y se pierden.  Acaso esto sería más significativo que miles de afiches y publicidad promoviendo el cuidado del medio ambiente.
El contacto con la naturaleza se puede aprovechar saliendo un día a un lugar como un zoológico, un área reservada, los pantanos, un río, la playa. Los docentes pueden esforzarse un poco y diseñar actividades integradas que permitan aprovechar este contacto con cada una de las materias que llevan los estudiantes, procurando en la medida de lo posible hacerles sentir que no siguen en el laboratorio y bajo control. Un poco de libertad no es mala, ayuda a autorregularse y a moderarse en función a las necesidades del grupo. Salir algunos días de las aulas, del colegio, jamás serán pérdida de tiempo. El bullicio y el desorden, jamás serán pérdida de control. Es más, en situaciones como estas, podremos verificar si nuestras reglas y normas establecidas sirven o es que debemos reajustar las formas y estilos de transmisión de las normas de convivencia que con tanto ahínco hacemos memorizar a todos los miembros de nuestra comunidad educativa.
Como bien señala una colega amiga, olvidamos que la naturaleza sana las penas del alma, nos conecta con nuestra especie primitiva, aquella que nos hace ser libres, auténticos y sin miedos; eso, en verdad, es mágico, sanador y totalmente educador.

miércoles, 3 de octubre de 2018

VER, OÍR, OLER, TOCAR PARA SENTIR Y APRENDER


“El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida”
Vincent Van Gogh 


Desde hace un tiempo atrás, venimos escuchando que la generación de estudiantes del siglo XXI debe desarrollar sus habilidades blandas, su sensibilidad y esa capacidad crítica para interpretar la realidad que lo rodea. Sin embargo, las asignaturas que ayudarían en gran medida, son desdeñadas o abandonadas completamente por las personas que toman decisiones en las Instituciones educativas. Una de ellas es el arte.

Usualmente, leemos a especialistas en temas pedagógicos, que promover el arte desde temprana edad logrará personas con mayor sensibilidad y habilidades sociales que permitirán afianzar las capacidades en las asignaturas que se incorporan durante la vida escolar de las personas hasta alcanzar la vida universitaria. Aunque, por razones que no se han explicado aún, el arte se reduce a la pintura, los dibujos y –ahora- a los diseños digitales limitando el campo de acción de esta materia y anulando el poder que alcanzaría si fuera transversal en cada una de las materias que se imparten en la escuela.

No me detendré a detallar las bondades que genera cada uno de los espacios que el arte nos puede y debe brindar a las asignaturas escolares; pero, haré algunas menciones que – en mi experiencia- han sido útiles para conectar con los estudiantes y lograr aprendizajes más significativos y enriquecedores en el quehacer docente.

Desde hace unos años, varias escuelas con propuestas alternativas interesantes, vienen implementando aprendizajes basados en proyectos de teatro o cine escolar que los lleva desde observar una obra o una película para que todas las asignaturas giren en torno a los contenidos de lo observado y se vinculen a las materias de cada curso.

Empezar una sesión con música es mucho más productivo y ameno para una persona que vive en el desorden de este siglo. La música logra que nuestra mente viaje por lugares insospechados, nos permite conocer ese yo que visitamos escuetamente; además, nos vuelve perceptivos y agudiza el concepto de ritmo que poseemos. Nuestra mentalidad abierta debe llevarnos a musicalizar los tiempos muertos de la clase, a musicalizar los espacios de producción que tienen los estudiantes. Es decir, no solo debemos colocar melodías clásicas y tradicionales; también, debemos arriesgarnos a poner música actual y que genere interés en el auditorio.

Lo mismo ocurre con la literatura. Estudiar un tema a partir de una obra literaria sería mucho más significativo que solo narrar los eventos de un tiempo y espacio que son ajenos a los estudiantes. Un proyecto literario podría, incluso, llevarnos a transversalizar la obra como plan lector que emplee la información que esta posee para que cada uno de los maestros aproveche la lectura y efectivice al máximo el buen gusto y uso de la lectura.

Un valor adicional en este campo, merece la danza y el baile. Ambas promueven más valores que todas las clases que podamos impartir en la vida escolar. El respeto, la solidaridad, la tolerancia, la cooperación, la autonomía, entre otros, se cultivan con suma tranquilidad desde este campo.
Ahora bien, imagine usted una clase de la Guerra con Chile a partir de la pintura “La respuesta” o “El último cartucho”; mejor aún, piense en la misma clase a partir de las cartas de los personajes de la época. ¿Matemáticas? Podríamos ver los carteles de contenidos y trabajar dimensiones, proporciones, elementos, colores, teoría de conjuntos. En literatura podemos requerir la creación de una obra teatral, una canción, una carta, etc. Piense en las otras materias y notará con qué facilidad podemos aprovechar estos elementos en clase.

¿Tiene una clase sobre secuencias, frecuencias, relaciones? Atrévase a emplear una canción suya o de los estudiantes, analice el tiempo de duración, el compás, el ritmo, etc. Recuerde que una canción tiene más información matemática de la que usted y yo imaginamos. El arte, desde las esculturas de Conrad hasta la canción que está escuchando mientras lee este artículo, han estado presentes en nuestra cotidianeidad, lo que no significa que busquemos crear artistas en potencia.

Un elemento más es elaboración de material para promover la educación inclusiva e intercultural, para el reconocimiento de la otredad y el afianzamiento de la identidad personal, local, etc. Entender el arte como producción social nos permitirá abordarlo desde una mirada más abierta al concepto limitado que tenemos en las escuelas y pensar en su consumo cultural con mayor responsabilidad.

Si abordamos consciente y criteriosamente estos campos, afianzaremos la sensibilidad que posiblemente se ha trabajado en casa y que casi queda abandonada en las escuelas. Si enseñamos a sentir habremos logrado mejores personas, habrán aprendido ellos y aprendido nosotros; habremos logrado personas más integras, capaces de abordar problemas y situaciones reales con mayor creatividad. Recuerda, “si lo imaginas, existe” (Pablo Picaso)