“El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia,
Sino la ilusión del conocimiento”
Stephen Hawking
Durante mucho tiempo hemos
escuchado que debemos promover el pensamiento crítico y creativo en nuestros
estudiantes. Entonces, pensamos en empoderarlos y despertar su sentido de
autonomía para resolver situaciones problemáticas, para cuestionar su realidad,
para cuestionar su realidad histórica y social. Por ello, se asocia siempre
esta competencia con áreas como Ciencias Sociales, Historia y Geografía o
Ciudadanía; aunque no siempre ello resulte correcto y por esto se le reste
protagonismo al trabajo sostenido y transversal con todas las áreas que se
trabajan en las escuelas.
Si entendemos el pensamiento
crítico como la competencia que poseemos para analizar nuestra realidad
reforzando nuestro desarrollo personal autónomo. Es decir, si asumimos esta
competencia como un proceso cognitivo complejo que nos lleva al uso de la
razón, a la opinión razonada y pensada; entenderemos que este proceso nos
llevará siempre a reflexionar sobre una situación problematizada determinada y
a actuar e intervenir sobre ella. En buena cuenta, promueve la ciudadanía
activa, tan mentada y poco entendida en nuestra realidad contemporánea.
La reflexión, entonces, es un
ejercicio eje en la promoción de esta competencia compleja. Para ello, los
docentes debemos procurar una serie de ejercicios que – con una buena
metodología- irán reemplazando nuestra preocupación por los contenidos y darles
un valor agregado a las actividades metacognitivas. Las actividades
colaborativas, la retroalimentación, el diálogo, el debate, la deliberación, el
control socio emocional, entre otras propuestas, enriquecen el componente
reflexivo en las personas. Bajo esta mirada, las áreas de Ciencias Sociales,
Histotria y Geografía, Cívica y Ciudadanía no son las únicas ni abanderadas.
Promover la reflexión es un compromiso que se debe asumir como una cuestión
prioritaria por todos los agentes de la comunidad educativa.
Un caso cotidiano de la reflexión
se da en la resolución de problemas; pero no exclusivamente en el ejercicio
concreto si no en todo el proceso. La metacognición enriquece la actividad
cuando se respeta el camino que siguió el estudiante y no necesariamente el que
se considera correcto para el docente. Uno de los grandes retos que tenemos es
que consideramos nuestras recetas y soluciones como únicas y verdaderas,
limitando o cancelando la creatividad de los estudiantes para llegar a la solución.
Es por ello que actualmente, muchas escuelas prefieren liberar al estudiante
para que – de manera colaborativa y cooperativa- aborde un problema,
identifique sus causas y consecuencias para proponer alternativas de solución
que al ser expuestas y llevadas al debate, se enriquecen con la mirada de los demás
estudiantes.
Claro, como docentes tememos el
error y fracaso de los estudiantes en este camino. Acaso, porque consciente o inconscientemente
asumimos que no tienen ni las habilidades ni capacidades logradas para alcanzar
el ejercicio ideal. Por ejemplo, no los hemos preparado bien para que estén
informados e instruidos sobre alguna cuestión particular y no los hemos
agenciado de herramientas para que lo hagan. Nuestros prejuicios y estereotipos
hacen que proyectemos una mentalidad opuesta a la concepción abierta que
debemos sostener con ellos. La valoración de las fuentes, la discriminación de las
mismas y el empleo probo de la información también juegan su propio partido en
este encuentro reflexivo.
Otro caso común que venimos
trabajando está en el aprendizaje basado en proyectos. Por ejemplo, mis hijos
vienen participando del proyecto de pequeños emprendedores en su escuela y
deben cumplir con una serie de indicaciones para alcanzar el propósito. Claro,
la formación de grupos se rompe pues no fue por afinidad sino por decisión del
maestro por el entendible temor a la pérdida de tiempo –la poca confianza que
tiene en algunos estudiantes- y las posibles protestas de los padres. Los mismos
padres que intervienen para que los hijos tengan el mejor proyecto y sean los
ganadores. Si a estos dos elementos, sumamos que sus habilidades de
investigación y autogestión son básicas, que sus habilidades metacognitivas no
se han consolidado; el proyecto terminará siendo de los padres y maestros antes
que de los propios estudiantes.
Una reflexión más. Nuestra
realidad educativa ha construido áreas académicas pensadas para que los estudiantes
sientan la exigencia anual, cortando el potencial que pueda tener cada uno de
ellos y restándole significado para sus vidas. Es decir, seguimos mirando los
contenidos. Tenemos varias asignaturas,
enseñamos muchas materias; pero no enseñamos – y muchas veces no sabemos- inteligencia emocional, relaciones inter e
intra personales. No somos empáticos al decir que piensen para hacer algo y
olvidamos en qué consiste el ejercicio mismo de pensar. Queremos que sean buenos
lectores, pero no los acercamos a una literatura crítica, reflexiva. Queremos que
entiendan su presente, pero no les hemos enseñado a entenderse a ellos mismos
(acaso porque nosotros mismos no nos entendemos ni conocemos)
Recuerdo aquellos días en que
revisábamos noticias y contrastábamos la información con diarios contrapuestos.
Recuerdo aquellos días en que nos preocupábamos por saber del autor para
identificar la intencionalidad del texto. Recuerdo las visitas a las galerías
de arte y los museos para interpretar imágenes, suponer situaciones, recrear
desenlaces. Recuerdo las tardes de programas radiales o televisivos que servían
para fortalecer un punto de vista sobre determinada cuestión coyuntural.
Recuerdo los días en que me sentaba a pensar sobre las ideas que cruzaban por
mi mente y si algún día podría concretarlas. Recuerdo cómo aprendí a
reflexionar en clase y fuera de ella.