“Es
notable la capacidad que tiene la experiencia pedagógica para despertar,
estimular
y desarrollar en nosotros el gusto de querer bien y el gusto
de la
alegría sin la cual la práctica educativa pierde el sentido”
Paulo Freire
Usualmente en las clases que
imparto, narro a mis estudiantes las experiencias que he tenido con distintas
personas (profesionales o no) para explicarles que uno puede ser exitoso si
logra descubrir su propósito, si logra descubrir su vocación; pero, además, si
está motivado a sostenerse en el espacio que está eligiendo. Ellos siempre
terminan preguntando por qué me gusta enseñar de la forma que lo hago y por qué
no todos los docentes hacen lo mismo. Parece sencillo de responder; sin
embargo, podemos encontrar múltiples respuestas. ¿Qué hace que algunos maestros
sean tan apasionados en sus clases? ¿Qué hace que algunos maestros no logren
conectarse con sus estudiantes? Considero que las respuestas a ambas preguntas
están en la vocación y la motivación que
nos mueven diariamente.
Es cierto que la inclinación o
interés hacia un determinado oficio o profesión hacen que definamos nuestro
perfil y destaquemos nuestras aptitudes y capacidades orientadas a la opción
que hemos elegido casi de manera natural. La vocación docente, por ello, nos
lleva a brindarnos en busca de la mejora social, la comprensión y la paciencia
con nuestros estudiantes, el amor mismo a nuestra condición humana. Es nuestra
vocación la que nos lleva a convertir los errores en experiencias de
aprendizaje, de convertir el traspié en el estímulo para alcanzar el éxito, de
escuchar el error para volver a explicar sin juzgar sino valorar la acción. Es
la vocación la que nos lleva a andar y desandar, a lograr el respeto en el
silencio y el bullicio, entre otras cuestiones más.
Ahora bien, la motivación es el
sostenimiento de todos los estímulos posibles para llevar a cabo nuestra labor
cotidiana; es esa satisfacción que encontramos en los pequeños detalles que
rodean nuestra cotidianeidad, intrínsecas o extrínsecas, propias o ajenas, pero
motivación al fin. Es la motivación la
que nos sostiene en un abrazo con los colegas, en la sonrisa de los
estudiantes, en la mirada tierna del desconocimiento, en la sorpresa del
aprendizaje logrado. Es esa misma motivación la que nos lleva a estar
actualizados, a vincularnos en las diversas formas de enseñar y aprender, a exigirnos
como profesionales, a satisfacer nuestras ambiciones y pretensiones personales.
Debemos recordar también que la
mejora constante, el reconocimiento y la inducción, el estímulo y las
recompensas ayudan a sostener esta motivación en el quehacer diario. Lograr el
estado de bienestar en el ambiente laboral permite mejorar el rendimiento y la
capacidad creativa en el personal docente; es decir, la conexión y vinculación
con la empresa empleadora se hacen más fáciles y efectivas. La visión de los
superiores, las oficinas de recursos humanos o los departamentos de psicología
ayudan en este sentido.
La fórmula es compleja, los
resultados son diversos; es por ello que encontramos diversos perfiles
docentes, variados maestros de aula, y en la variedad y diversidad es que
debemos aprender a movernos. Podemos encontrar a un maestro de vocación que no
ha sido motivado en su centro laboral o cuyo estado emocional no es el óptimo y
pueda acaso creerse que no sea un buen profesor. Caso contrario, puede
encontrarse con un docente que recibe permanentemente motivación y estímulos,
pero tiene un nivel de vocación reducido o limitado generando un espejismo en
su desempeño diario. O, en el extremo de los casos, algunos ven en la docencia,
una salida laboral que les garantiza un ingreso regular y acceso a determinados
beneficios que –en nuestro país- se alcanzan con mayor facilidad que en otras
profesiones.
Decirnos apóstoles de la
educación, en pleno siglo XXI, es un eufemismo que debemos desterrar de nuestro
quehacer. Como docentes de vocación y motivados, debemos entender que no
existen barreras para profesionalizarnos y alcanzar estándares de calidad en el
espacio en el que nos desarrollamos. Decir que sólo somos facilitadores es una
verdad a medias pues también somos investigadores, que, en la probidad
académica, brindamos información de calidad a los estudiantes. Somos seres de
excelencia pues requerimos inteligencia y precisión para destacar la
individualidad para potenciar el trabajo colaborativo y cooperativo. Lograr
estos estándares de calidad nos permiten ser buenos maestros, no sólo apóstoles
de la educación.
Si por vocación elegimos ser
maestros; entonces, debemos estar preparados para motivarnos diariamente y pensar
en que si sonreímos lograremos arrancar una sonrisa en nuestros colegas y
estudiantes. Debemos entender que, si somos apasionados, transmitiremos pasión
en las personas que nos rodean; si somos buenos comunicadores y gestores de
nuestro conocimiento, promoveremos también estas habilidades en los estudiantes
y profesores de nuestros círculos. La pasión, tarde o temprano, promueve
pasión.