miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA CREATIVIDAD AGONIZA EN LA ESCUELA


“La imaginación es más importante que el conocimiento. 
El conocimiento es limitado. En cambio, la imaginación abarca todo”.
Albert Einstein


Mientras observo el paisaje hermoso de Ocobamba en Cusco y me deleito con el olor y color de las flores que rodean este paraje de ensueño, escucho el ruido que hacen los niños cerca de la banca que ocupo esta tarde. Pienso en los años que viví por estos lares y en las cosas que hacía de pequeño, cosas que dejé de hacer en la escuela.

Recuerdo que tocaba la flauta con cierta habilidad. Antes de los seis años ya tocaba la flauta y jugaba a ser un artista famoso que entonaba “llorando se fue” o “adiós pueblo de Ayacucho”; pero, algo pasó en esos años que a la edad que tengo no puedo sostener siquiera con temor una flauta o jugar con algún instrumento musical.

La imaginación fantástica propia de los niños me llevó a recrear mundos y soñar con situaciones tan irreales como añoradas.  Los niños que veo por acá fantasean con ser grandes futbolistas, inventan sus propias reglas, rompen sus miedos y despercudidos de prejuicios adultos, hablan en su lengua materna sin ningún temor. Yo hablaba quechua hasta los seis años, algo pasó en mi vida que dejé de hacerlo y hoy apenas si logro entender una conversación en ese idioma.

Mientras veo mi infancia pasar por este lugar de ensueño, recuerdo que Álvaro –mi hijo mayor- a la edad de cuatro años, pintó una hermosa manzana verde, tan verde como se haya imaginado el lector en este momento. Su rostro de molestia lo decía todo, aquella tarde que retornó del colegio inicial. La maestra le manifestó que estaba mal y que volviera a pintarlo. La manzana era roja, las hojas eran verdes y había que pintar correctamente.

Hoy, siento que la escuela sostiene una rigidez que impide desarrollar o sostener la creatividad que tenemos todos de pequeños. Las formas y recursos para resolver situaciones cotidianas como armar un rompecabezas o coger el lápiz para escribir o los colores para pintar se acaban cuando vamos a la escuela porque debemos hacerlo de la forma correcta. Claro, hoy reflexiono sobre esas formas correctas que me ataron a ciertas reglas que disciplinaron mi cuerpo y condicionaron mis ideas, tan gaseosas y volátiles como las fantasías de la mejor película de ficción.

Dejé de tocar la flauta por vergüenza a los compañeros y a los maestros que no me dieron la oportunidad de mostrar esa habilidad. Jamás bailé en la escuela, pese a que formaba parte de un grupo de huaylash espectacular con los chicos del barrio y que gracias a doña Roxana y no a mis maestros de escuela, desarrollé formas inimaginadas para resolver problemas de lateralidad y orientación con cada zapateo.

La escuela convencional, con docentes convencionales y en un sistema tan convencional como el nuestro, tiene pocas oportunidades para generar cambios sustanciales en la generación de niños y adolescentes que pasan por sus aulas. Establecer reglas y métodos rígidos para resolver problemas y enfrentar situaciones, establecer pautas y marcar la ruta de aprendizaje que deben seguir, otorgar incentivos perversos a los que responden de la manera correcta y sancionar a los que nos equivocamos o castigar a los que salimos del camino, no hace sino confirmar que la escuela fue pensada para matar y no para dar vida al pensamiento crítico y creativo de sus ocupantes.

La escuela convencional, sostiene un método tradicional que aparentemente funcionó hasta hace unos cincuenta años. Hoy, puedo sostener que siempre ha fallado. Solo ha formado personas que obedecen reglas y siguen indicaciones. Aquellos que logramos salir de esas normas alcanzamos cierto éxito y aquellos que lograron salirse de las mismas y no recibieron el apoyo necesario, terminaron como fracasados para un sistema que considera el triunfo como simil de carrera universitaria con trabajo bien remunerado y estabilidad familiar. Quienes se encuentran fuera de esa órbita, o son fracasados o son locos que van por el mundo disfrutando de su invisibilidad.

Mientras respiro el aire fresco de estos árboles, recuerdo a Johni y las cosas que hacía de pequeño, de cómo la escuela lo rotuló de palomilla y anti social, de cómo peleó para no ser arrastrado por el sistema de reglas de la escuela. Si sus maestros hubiesen identificado el talento y las habilidades que poseía, creo que hoy él sería un genio loco, inventor de algún artefacto. Toda su creatividad fue maniatada durante 11 años y ya agónica empezó a respirar cuando salió de la escuela.

Si la escuela pensara en romper con la unidireccionalidad que hoy tiene y pensara en darle mayor soporte a la diversidad y la libertad para razonar y actuar, tendríamos mayores posibilidades de bienestar. Si la escuela le diera más espacio a la pintura, la danza, la música, el juego y la diversión, seríamos más felices. Pero, claro, la escuela no fue pensada para eso, fue pensada para otras cosas.