“La imaginación es más
importante que el conocimiento.
El conocimiento es limitado. En cambio, la imaginación abarca todo”.
El conocimiento es limitado. En cambio, la imaginación abarca todo”.
Albert Einstein
Mientras observo el paisaje
hermoso de Ocobamba en Cusco y me deleito con el olor y color de las flores que
rodean este paraje de ensueño, escucho el ruido que hacen los niños cerca de la
banca que ocupo esta tarde. Pienso en los años que viví por estos lares y en
las cosas que hacía de pequeño, cosas que dejé de hacer en la escuela.
Recuerdo que tocaba la flauta con
cierta habilidad. Antes de los seis años ya tocaba la flauta y jugaba a ser un
artista famoso que entonaba “llorando se fue” o “adiós pueblo de Ayacucho”;
pero, algo pasó en esos años que a la edad que tengo no puedo sostener siquiera
con temor una flauta o jugar con algún instrumento musical.
La imaginación fantástica propia
de los niños me llevó a recrear mundos y soñar con situaciones tan irreales
como añoradas. Los niños que veo por acá
fantasean con ser grandes futbolistas, inventan sus propias reglas, rompen sus
miedos y despercudidos de prejuicios adultos, hablan en su lengua materna sin
ningún temor. Yo hablaba quechua hasta los seis años, algo pasó en mi vida que
dejé de hacerlo y hoy apenas si logro entender una conversación en ese idioma.
Mientras veo mi infancia pasar
por este lugar de ensueño, recuerdo que Álvaro –mi hijo mayor- a la edad de cuatro
años, pintó una hermosa manzana verde, tan verde como se haya imaginado el
lector en este momento. Su rostro de molestia lo decía todo, aquella tarde que
retornó del colegio inicial. La maestra le manifestó que estaba mal y que
volviera a pintarlo. La manzana era roja, las hojas eran verdes y había que
pintar correctamente.
Hoy, siento que la escuela
sostiene una rigidez que impide desarrollar o sostener la creatividad que
tenemos todos de pequeños. Las formas y recursos para resolver situaciones cotidianas
como armar un rompecabezas o coger el lápiz para escribir o los colores para
pintar se acaban cuando vamos a la escuela porque debemos hacerlo de la forma
correcta. Claro, hoy reflexiono sobre esas formas correctas que me ataron a
ciertas reglas que disciplinaron mi cuerpo y condicionaron mis ideas, tan
gaseosas y volátiles como las fantasías de la mejor película de ficción.
Dejé de tocar la flauta por
vergüenza a los compañeros y a los maestros que no me dieron la oportunidad de
mostrar esa habilidad. Jamás bailé en la escuela, pese a que formaba parte de
un grupo de huaylash espectacular con los chicos del barrio y que gracias a
doña Roxana y no a mis maestros de escuela, desarrollé formas inimaginadas para
resolver problemas de lateralidad y orientación con cada zapateo.
La escuela convencional, con
docentes convencionales y en un sistema tan convencional como el nuestro, tiene
pocas oportunidades para generar cambios sustanciales en la generación de niños
y adolescentes que pasan por sus aulas. Establecer reglas y métodos rígidos
para resolver problemas y enfrentar situaciones, establecer pautas y marcar la
ruta de aprendizaje que deben seguir, otorgar incentivos perversos a los que
responden de la manera correcta y sancionar a los que nos equivocamos o
castigar a los que salimos del camino, no hace sino confirmar que la escuela
fue pensada para matar y no para dar vida al pensamiento crítico y creativo de
sus ocupantes.
La escuela convencional, sostiene
un método tradicional que aparentemente funcionó hasta hace unos cincuenta
años. Hoy, puedo sostener que siempre ha fallado. Solo ha formado personas que
obedecen reglas y siguen indicaciones. Aquellos que logramos salir de esas
normas alcanzamos cierto éxito y aquellos que lograron salirse de las mismas y
no recibieron el apoyo necesario, terminaron como fracasados para un sistema
que considera el triunfo como simil de carrera universitaria con trabajo bien
remunerado y estabilidad familiar. Quienes se encuentran fuera de esa órbita, o
son fracasados o son locos que van por el mundo disfrutando de su
invisibilidad.
Mientras respiro el aire fresco
de estos árboles, recuerdo a Johni y las cosas que hacía de pequeño, de cómo la
escuela lo rotuló de palomilla y anti social, de cómo peleó para no ser arrastrado
por el sistema de reglas de la escuela. Si sus maestros hubiesen identificado el
talento y las habilidades que poseía, creo que hoy él sería un genio loco,
inventor de algún artefacto. Toda su creatividad fue maniatada durante 11 años
y ya agónica empezó a respirar cuando salió de la escuela.
Si la escuela pensara en romper
con la unidireccionalidad que hoy tiene y pensara en darle mayor soporte a la
diversidad y la libertad para razonar y actuar, tendríamos mayores
posibilidades de bienestar. Si la escuela le diera más espacio a la pintura, la
danza, la música, el juego y la diversión, seríamos más felices. Pero, claro,
la escuela no fue pensada para eso, fue pensada para otras cosas.