domingo, 2 de septiembre de 2018

EL ERROR EN EL APRENDIZAJE



“Las personas no son recordadas por el número de veces que fracasan,
sino por el número de veces que tienen éxito”
Thomas Alva Edison

Durante estos años, hemos escuchado con suma frecuencia frases como “ellos son estudiantes del siglo XXI“o algunas otras como “debemos educar para el siglo XXI”; sin embargo, pocos tenemos claro el concepto de estudiante del siglo XXI o enseñanza del siglo XXI. Peor aún, seguimos diciendo o escuchando estas frases como si faltara mucho tiempo para llegar y pocas veces caemos en la cuenta de que hace casi dos décadas que estamos en un nuevo siglo.
Una de las particularidades que muestra el estudiante del siglo XXI es su relación frente al error en el proceso de enseñanza aprendizaje. Mientras que en el sistema tradicional – que aún se mantiene- existe un modo correcto de hacer las cosas y cualquier otra alternativa es vista como incorrecta o hasta como un error; el estudiante de este siglo no conoce un modo correcto de hacer las cosas, sino que, postula diversas posibilidades para llegar al objetivo planteado.
La educación tradicional ve en el error la condición de fracaso y sanción, genera decepción en el responsable y genera un temor recurrente para hacer cosas distintas o novedosas para resolver problemas pues –frente al fracaso- temen ser señalados y castigados por las equivocaciones cometidas. La intransigencia para aceptar nuevas formas de abordar los problemas o la intimidación y descalificación que transmitimos los docentes ante las equivocaciones de nuestros estudiantes terminan por consolidar una conducta pasiva, poco expresiva y desmotivadora frente a la oportunidad de aprender
En cambio, la educación de nuestros días ve en el error la oportunidad de motivar y atraer la curiosidad para explorar nuevas posibilidades para desarrollar las habilidades de los estudiantes y experimentar a partir de los resultados que se han obtenido. Es más, si consideramos el elemento de la estimulación y el reconocimiento sumado a la metacognición bien llevada y efectiva; lograremos que los errores se conviertan en experiencias de aprendizaje mucho más significativas que las clases magistrales que podemos brindar los docentes a partir de nuestras competencias, pero desconectadas de los intereses y motivaciones personales en cada estudiante.
Aprender del error implica además una nueva forma de ver la educación. Debemos tener una mentalidad abierta y paciente para entender todo tipo de respuestas en nuestros estudiantes. A partir de ellas, saber motivarlos y sostener la autoestima individual y colectivamente para que la frustración ante el fracaso esté controlada y se promueva esa chispa interna que los lleve a no renunciar hasta alcanzar el éxito. Es muy fácil renunciar al proceso y facilitar las respuestas o procedimientos “correctos” que nosotros tenemos como docentes. Nuestro reto está en ser pacientes para cada uno de sus logros, ser honestos en el aliento que brindemos para que sientan el apoyo y pierdan el miedo a equivocarse. Si ellos descubren el error, posiblemente se motiven a superarlos; si nosotros indicamos el error, es muy probable que ellos renuncien para no equivocarse.
Cuando el estudiante reconoce su error, revisa los procesos seguidos, evalúa los métodos y recursos empleados. En buena cuenta, promueve aprendizajes autónomos, generan conciencia plena para la corrección de sus equivocaciones y establece plazos y metas concretas para los próximos resultados.  Vale decir que, reconocer e identificar errores los llevará a problematizar eventos, casos, situaciones; esta problematización será la vía para la investigación y si se suma una adecuada reflexión, se estará desarrollando el pensamiento crítico en ellos, en la construcción de su propio saber, de un saber sumamente significativo.

Los docentes del siglo XXI tenemos un reto en este sentido. Debemos convertir el error en una experiencia de enseñanza aprendizaje. Todos cometemos errores; pero no basta con cometerlos, muchas veces de manera recurrente y permisiva; sino que, debemos convertirlos en el punto de partida de un proceso que  lleve a la resolución de problemas, que los lleve al cuestionamiento permanente y a considerar que no todo tendrá solución o respuesta, considerar que la cooperación puede ser crucial para mejorar sus procesos, entender que equivocarse los llevará a reinventarse y encontrar nuevos caminos para la verdad que para muchos de nosotros es única y lineal.
Tenemos entonces, un gran reto como docentes. Tenemos que cambiar los actos de juzgar y castigar por evaluar y motivar; criticar buscando el crecimiento del aprendizaje y no descalificando la ignorancia o escasa información en determinadas materias o situaciones. El camino es largo, los resultados son lentos; pero, debemos empezar ahora si realmente queremos ser docentes educando para este siglo.

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