“Las personas no
son recordadas por el número de veces que fracasan,
sino por el número
de veces que tienen éxito”
Thomas Alva Edison
Durante estos años, hemos escuchado con suma frecuencia frases como “ellos
son estudiantes del siglo XXI“o algunas otras como “debemos educar para el
siglo XXI”; sin embargo, pocos tenemos claro el concepto de estudiante del
siglo XXI o enseñanza del siglo XXI. Peor aún, seguimos diciendo o escuchando
estas frases como si faltara mucho tiempo para llegar y pocas veces caemos en
la cuenta de que hace casi dos décadas que estamos en un nuevo siglo.
Una de las particularidades que muestra el estudiante del siglo XXI es su
relación frente al error en el proceso de enseñanza aprendizaje. Mientras que
en el sistema tradicional – que aún se mantiene- existe un modo correcto de
hacer las cosas y cualquier otra alternativa es vista como incorrecta o hasta
como un error; el estudiante de este siglo no conoce un modo correcto de hacer
las cosas, sino que, postula diversas posibilidades para llegar al objetivo
planteado.
La educación tradicional ve en el error la condición de fracaso y sanción,
genera decepción en el responsable y genera un temor recurrente para hacer
cosas distintas o novedosas para resolver problemas pues –frente al fracaso-
temen ser señalados y castigados por las equivocaciones cometidas. La
intransigencia para aceptar nuevas formas de abordar los problemas o la
intimidación y descalificación que transmitimos los docentes ante las equivocaciones
de nuestros estudiantes terminan por consolidar una conducta pasiva, poco
expresiva y desmotivadora frente a la oportunidad de aprender
En cambio, la educación de nuestros días ve en el error la oportunidad de
motivar y atraer la curiosidad para explorar nuevas posibilidades para
desarrollar las habilidades de los estudiantes y experimentar a partir de los
resultados que se han obtenido. Es más, si consideramos el elemento de la
estimulación y el reconocimiento sumado a la metacognición bien llevada y
efectiva; lograremos que los errores se conviertan en experiencias de
aprendizaje mucho más significativas que las clases magistrales que podemos
brindar los docentes a partir de nuestras competencias, pero desconectadas de
los intereses y motivaciones personales en cada estudiante.
Aprender del error implica además una nueva forma de ver la educación.
Debemos tener una mentalidad abierta y paciente para entender todo tipo de
respuestas en nuestros estudiantes. A partir de ellas, saber motivarlos y sostener
la autoestima individual y colectivamente para que la frustración ante el
fracaso esté controlada y se promueva esa chispa interna que los lleve a no
renunciar hasta alcanzar el éxito. Es muy fácil renunciar al proceso y
facilitar las respuestas o procedimientos “correctos” que nosotros tenemos como
docentes. Nuestro reto está en ser pacientes para cada uno de sus logros, ser
honestos en el aliento que brindemos para que sientan el apoyo y pierdan el
miedo a equivocarse. Si ellos descubren el error, posiblemente se motiven a
superarlos; si nosotros indicamos el error, es muy probable que ellos renuncien
para no equivocarse.
Cuando el estudiante reconoce su error, revisa los procesos seguidos,
evalúa los métodos y recursos empleados. En buena cuenta, promueve aprendizajes
autónomos, generan conciencia plena para la corrección de sus equivocaciones y
establece plazos y metas concretas para los próximos resultados. Vale decir que, reconocer e identificar
errores los llevará a problematizar eventos, casos, situaciones; esta
problematización será la vía para la investigación y si se suma una adecuada
reflexión, se estará desarrollando el pensamiento crítico en ellos, en la construcción
de su propio saber, de un saber sumamente significativo.
Los docentes del siglo XXI tenemos un reto en este sentido. Debemos
convertir el error en una experiencia de enseñanza aprendizaje. Todos cometemos
errores; pero no basta con cometerlos, muchas veces de manera recurrente y
permisiva; sino que, debemos convertirlos en el punto de partida de un proceso
que lleve a la resolución de problemas,
que los lleve al cuestionamiento permanente y a considerar que no todo tendrá
solución o respuesta, considerar que la cooperación puede ser crucial para
mejorar sus procesos, entender que equivocarse los llevará a reinventarse y
encontrar nuevos caminos para la verdad que para muchos de nosotros es única y lineal.
Tenemos entonces, un gran reto como docentes. Tenemos que cambiar los actos
de juzgar y castigar por evaluar y motivar; criticar buscando el crecimiento
del aprendizaje y no descalificando la ignorancia o escasa información en
determinadas materias o situaciones. El camino es largo, los resultados son
lentos; pero, debemos empezar ahora si realmente queremos ser docentes educando
para este siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario