Las fiestas patrias traen a colación una serie de debates respecto a su celebración y hasta la participación de la comunidad civil y militar. Justamente sobre la comunidad civil y específicamente los escolares es que trata el artículo del analista León Trahtemberg, a quien corresponde el siguiente texto.
No pretendo discutir los recuerdos idealizados de quienes añoran la Instrucción Pre Militar como medio para la formación cívica, patriótica y disciplinaria de los escolares, heredada de los innumerables gobiernos militares del pasado. (A pesar de que es evidente que esta formación no ha garantizado el patriotismo o civismo de tantas autoridades civiles y militares corruptas que en su vida estudiantil la tuvieron hace unas décadas y que hoy están acusados, presos o fugados por haber traicionado los altos intereses de la patria). Pretendo afirmar un planteamiento educativo que se cuestiona si el fortalecimiento de una ciudadanía deliberante y democrática requiere de la IPM y los desfiles para expresar los valores nacionales y la emoción patriótica de los escolares.
Nada más lejano a la moderna pedagogía que concebir a los directores como generales, los profesores como comandantes y los auxiliares como suboficiales a quienes los estudiantes deben la obediencia de un soldado. En nuestros tiempos, lejos de afirmar el autoritarismo y la represión escolar, los maestros debieran educar hacia el respeto a la individualidad, la confrontación de ideas, la libertad del pensamiento y sobre todo el juicio ético previo a cualquier acción, lo cual no es característico de la demanda de obediencia a consignas y jerarquías propias de la disciplina militar, a cuyo rigor los militares adultos se someten voluntariamente.
La escuela debiera estimular a los profesores y alumnos a expresar las conductas y expresiones patrióticas propias de la civilidad. Es decir, en lugar de exaltar la marcialidad, rigidez y solemnidad de un desfile militar, debería expresar la alegría, frescura, diversidad e informalidad de una juventud civil sana y motivada hacia lo peruano. Alternativas no faltan y las ha sugerido el Ministerio de Educación: pasacalles, festivales artísticos, exposiciones, actividades culturales, eventos deportivos y recreativos, etc.
La escuela debe ser un microcosmos que muestre a los alumnos cómo quisiéramos que sea la sociedad adulta y cómo esperamos que se relacionen entre sí y se expresen los ciudadanos. Si es así, los desfiles escolares militarizados deberían abrir paso a nuevas y más ricas expresiones del compromiso cívico con lo peruano, y los municipios debieran girar del auspicio de tales desfiles a las celebraciones propias de la civilidad. Si los espacios educativos de la civilidad no son capaces de disciplinar y formar cívicamente a los alumnos sin apelar a los estilos militares, mejor cerremos los colegios.
No pretendo discutir los recuerdos idealizados de quienes añoran la Instrucción Pre Militar como medio para la formación cívica, patriótica y disciplinaria de los escolares, heredada de los innumerables gobiernos militares del pasado. (A pesar de que es evidente que esta formación no ha garantizado el patriotismo o civismo de tantas autoridades civiles y militares corruptas que en su vida estudiantil la tuvieron hace unas décadas y que hoy están acusados, presos o fugados por haber traicionado los altos intereses de la patria). Pretendo afirmar un planteamiento educativo que se cuestiona si el fortalecimiento de una ciudadanía deliberante y democrática requiere de la IPM y los desfiles para expresar los valores nacionales y la emoción patriótica de los escolares.
Nada más lejano a la moderna pedagogía que concebir a los directores como generales, los profesores como comandantes y los auxiliares como suboficiales a quienes los estudiantes deben la obediencia de un soldado. En nuestros tiempos, lejos de afirmar el autoritarismo y la represión escolar, los maestros debieran educar hacia el respeto a la individualidad, la confrontación de ideas, la libertad del pensamiento y sobre todo el juicio ético previo a cualquier acción, lo cual no es característico de la demanda de obediencia a consignas y jerarquías propias de la disciplina militar, a cuyo rigor los militares adultos se someten voluntariamente.
La escuela debiera estimular a los profesores y alumnos a expresar las conductas y expresiones patrióticas propias de la civilidad. Es decir, en lugar de exaltar la marcialidad, rigidez y solemnidad de un desfile militar, debería expresar la alegría, frescura, diversidad e informalidad de una juventud civil sana y motivada hacia lo peruano. Alternativas no faltan y las ha sugerido el Ministerio de Educación: pasacalles, festivales artísticos, exposiciones, actividades culturales, eventos deportivos y recreativos, etc.
La escuela debe ser un microcosmos que muestre a los alumnos cómo quisiéramos que sea la sociedad adulta y cómo esperamos que se relacionen entre sí y se expresen los ciudadanos. Si es así, los desfiles escolares militarizados deberían abrir paso a nuevas y más ricas expresiones del compromiso cívico con lo peruano, y los municipios debieran girar del auspicio de tales desfiles a las celebraciones propias de la civilidad. Si los espacios educativos de la civilidad no son capaces de disciplinar y formar cívicamente a los alumnos sin apelar a los estilos militares, mejor cerremos los colegios.
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* FUENTE. TRANSPARENCIA.ORG
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