“Las palabras están llenas de falsedad
o de arte, la mirada es el lenguaje del corazón”
(William Shakespeare)
Seguramente, en más de una
oportunidad, nos hemos preguntado por la timidez de algunos estudiantes cuando
hablan con nosotros o acaso por el reparo que tienen para dirigirse con
seguridad hacia nosotros. Reflexionamos brevemente y añadimos que nosotros les
hablamos bien, los tratamos con respeto, les damos su lugar; pero, acaso muchos
de nosotros, olvidamos la forma cómo los miramos cuando nos comunicamos o cómo
los miramos cuando creemos que no sienten que los estamos mirando.
Nuestros gestos no solo ayudan a
comprender las cosas que decimos en clase o fuera de ella. Nuestro rostro es
clave para delatar los estados de ánimo, la percepción de la realidad; es clave
para transmitir de manera no verbal, todo aquello que no queremos y –
generalmente- no sabemos cómo decir. ES decir, los gestos, miradas, la sonrisa
misma es clave en la comunicación que llevamos con las personas que tenemos al
frente.
A veces, nos jactamos de la
rudeza de nuestra mirada para controlar una clase, de la fuerza de nuestros
ojos para callar a un estudiante inquieto, de la intensidad de nuestros gestos
para transmitir algo, de la rigidez de nuestro rostro para evitar que nos tomen
por débiles. A veces, muchas veces, queremos ser insensibles frente a ellos. ES
decir, estamos educando en esa insensibilidad y rigidez – frialdad impersonal
de una educación aislada y ajena a las emociones. Entonces, ¿Qué pasaría si
manifestamos nuestra sensibilidad en clase?
La sensibilidad también se educa
pues pasa por un uso consiente de nuestros sentidos. En general, todos nuestros
sentidos necesitan ser educados. Justamente, porque se educa es debemos
preocuparnos en dejar esa postura de maestro duro e insensible, de maestro
aislado de la realidad humana que solo debe impartir una materia determinada
frente a los estudiantes. Sonreír no está mal, brindar una mirada cálida no es dañina,
mirar a los ojos para transmitir asertivamente lo que nos interesa no es
perjudicial.
Así como empleamos el lenguaje
hablado y escrito para comunicar, de la misma manera, podemos hacerlo a través
de las miradas que tenemos frente a situaciones y realidades concretas. Así
como aprendimos a hablar de manera natural, debemos preocuparnos por aprender y
enseñar a mirar; puesto que, mirar implica el desarrollo de un lenguaje visual,
simbólico que es mucho más rico que el oral o escrito.
Nuestros ojos comparten mensajes
que no siempre queremos o podemos decir, nuestras cejas manifiestan estados de
ánimo que nos siempre estamos dispuestos a reconocer verbalmente. Del mismo
modo, abordar a nuestros estudiantes con agresividad visual, sorprenderlos con
ojos saltones y enfurecidos podría resultar contraproducente en el ejercicio de
la vinculación afectiva para generar un ambiente de clase ideal. Es por ello
que debemos educar nuestra mirada, para evitar el ridículo y el miedo en las
personas que tenemos al frente; educar la mirada nos permitirá un control escénico
tan saludable que podremos ser nosotros mismos y transmitir esa seguridad para
que ellos también sean quienes son y no quienes queremos que finjan ser.
Ahora bien, aprender a mirar también
nos permite desarrollar el pensamiento abstracto, la sensibilidad, el
pensamiento crítico. En pleno siglo XXI, debemos pensar en promover un
aprendizaje más holístico, integral, que permita miradas completas a los
elementos que se enseñan o aprenden. Para ello, debemos asumir la importancia
que tiene el lenguaje de las miradas, el lenguaje visual en general, evitando –
como hasta ahora- constreñirlas al plano
artístico y lúdico únicamente.
Una pedagogía de la mirada nos
llevará a tener una mirada más consciente de las cosas, mayor atención y mejor
comprensión del entorno. Saber mirar nos
permitiría discriminar una serie de elementos y eventos que vienen ocurriendo
en nuestro tiempo y espacio y del que muchas veces decimos que vivimos de
espaldas a esa realidad. Educar la mirada nos llevaría a liberar el pensamiento
crítico y creativo en los estudiantes puesto que no respondería a lo que
nosotros queremos que vean, sino que serviría para manifestar una multiplicidad
de miradas críticas a eventos concretos o situaciones abstractas.
Tener y mantener a los
estudiantes dentro de un aula-laboratorio no ayuda a este ejercicio. Salir y
caminar para observar, mirar desde arriba o desde abajo, percibir desde
diversas perspectivas una misma realidad ayuda en el camino a la promoción de
ese pensamiento crítico y creativo. De igual forma, la proximidad entre los
actores de una clase sentándose en el piso, formando círculos, frente a frente,
es mucho más saludable que tenerlos en filas y columnas solo para ejercer
control y seguridad en el cumplimiento de nuestros contenidos temáticos.
Actualmente, en un mundo cargado
de imágenes y tecnología, resulta crucial educar a las personas en el acto consciente
de mirar; mirar para transmitir afecto, seguridad y confianza; mirar para
promover un clima de estabilidad emocional en los receptores; mirar y ser
mirado sin temores o frustración al rechazo; mirar para comunicar y disfrutar
de nuestra condición humana. Si la mirada fue el primer medio de comunicación
de nuestra condición humana y es el lenguaje que empleamos desde que nacemos;
entonces, no tengamos miedo de mirar, mirar para sentir, para entender, para
crear y recrear.
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