“Los que contemplan la belleza del mundo encuentran
reservas de fortaleza
que los acompañarán durante toda la
vida”
Rachel Louise Carson.
Mientras observo a través de la
ventana cómo juegan un grupo de jóvenes en el campo de gras sintético del
estadio que está frente a mi domicilio, recuerdo las mañanas que pasaba en el
colegio. Por un instante sentí la frescura de la brisa de la primavera, la
textura de las hojas frescas y el crujir de aquellas que ya se habían caído, el
olor de las plantas que cuidábamos con tanto esmero, el color de las plantas y
flores que nos rodeaban. Viajé por unos segundos hasta la casita de mis
abuelos, en pleno paraíso de la selva cusqueña.
Se vienen más recuerdos; pero, creo
que surgieron por el contraste que deben sentir en este instante los muchachos
que están en el campo deportivo. Luego, me traslado a las aulas modernas y veo
concreto, paredes, muebles, poca naturaleza, nula en la mayoría de casos.
La mayoría de escuelas (públicas
y privadas) han descuidado el concepto de educación en contacto con la
naturaleza, olvidando acaso que la biosfera nos acompaña desde que venimos a
este planeta. Desde pequeños, hemos pasado tiempo entre el parque y los juegos
al aire libre, viajando cerca o lejos de nuestra ciudad, mojando los pies en
las aguas de un río o de la playa que solíamos visitar hasta hace unos años,
hundiendo los pies en la arena o tocando los frutos de la misma planta.
Los niños del siglo XXI están
creciendo en departamentos pequeños, aislados de ese contacto cuando pequeños,
en guarderías rodeadas de verde sintético y sonidos que estilizan la
naturaleza, en escuelitas que priorizan la seguridad y rodean todo de cintas y
almohadas, en colegios que optimizan el espacio y el tiempo con materiales al
alcance de las manos escolares para no perder mucho tiempo en las
movilizaciones grupales o en el desperdicio temporal por el desorden que genera
trasladarlos del aula-laboratorio a un campo, al patio, a las gradas o a un
espejo de agua cercano.
Claro, si hay buen sol, llueve,
corre un fuerte viento o tenemos una bandada de aves cruzando el cielo, no
podríamos salir al patio a disfrutarlos pues debemos priorizar la salud de los
chicos, toda vez que los padres – en estos tiempos- ya no queremos que nuestros
hijos se mojen con la lluvia que a veces nos visita o sientan la fuerza del sol
o pierdan el tiempo mirando aves en el cielo pues no pagamos para esas cosas.
Eso sí, combatimos la contaminación, promovemos el reciclaje y nos estamos
adaptando al calentamiento global, claro que sí.
Hoy estamos más preocupados en el
orden social, en el control emocional, en la disciplina corporal y de
esfínteres antes que en la conexión con el poco espacio natural que nos queda;
estamos más preocupados en las alergias que hemos desarrollado antes que pensar
en una salida de campo para que todas las asignaturas hagan un trabajo inter y
transdisciplinario que resultaría mucho más significativo y permanente que la
enseñanza de materias aisladas en horarios aislados y mecánicamente establecidos,
pensados en seres fabriles listos para la producción en serie. Hoy pretendemos
enseñar a no contaminarse antes que enseñar a no contaminar.
Creo que podríamos empezar por
casa con los pequeños. Podríamos empezar cambiando las plantas plásticas y
sintéticas que tenemos por plantas reales, con ciclos de vida. Podríamos tener
piedras de distintas texturas y colores, algo de arena y/o tierra para que
jueguen y sientan, identifiquen y disfruten las texturas. Creo que podríamos empezar enseñándoles en
casa que, si no cuidamos estos elementos, se deterioran y se pierden. Acaso esto sería más significativo que miles
de afiches y publicidad promoviendo el cuidado del medio ambiente.
El contacto con la naturaleza se
puede aprovechar saliendo un día a un lugar como un zoológico, un área reservada,
los pantanos, un río, la playa. Los docentes pueden esforzarse un poco y
diseñar actividades integradas que permitan aprovechar este contacto con cada
una de las materias que llevan los estudiantes, procurando en la medida de lo posible
hacerles sentir que no siguen en el laboratorio y bajo control. Un poco de
libertad no es mala, ayuda a autorregularse y a moderarse en función a las
necesidades del grupo. Salir algunos días de las aulas, del colegio, jamás
serán pérdida de tiempo. El bullicio y el desorden, jamás serán pérdida de
control. Es más, en situaciones como estas, podremos verificar si nuestras
reglas y normas establecidas sirven o es que debemos reajustar las formas y
estilos de transmisión de las normas de convivencia que con tanto ahínco
hacemos memorizar a todos los miembros de nuestra comunidad educativa.
Como bien señala una colega
amiga, olvidamos que la naturaleza sana las penas del alma, nos conecta con
nuestra especie primitiva, aquella que nos hace ser libres, auténticos y sin
miedos; eso, en verdad, es mágico, sanador y totalmente educador.
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